Avatares de la distribución hacen raro éste estreno ahora en nuestro país aunque, claro, siendo producto de los grandes estudios y tratándose de una geografía con mucha nieve y frío es más lógico dado que en el otro hemisferio empezó el otoño. Así de fría y desangelada comienza “Pie pequeño”. El ritmo de animación, más allá de las virtudes técnicas, es algo lento, como si estuviese forzado a esa velocidad por un guión que necesita presentar al personaje, y esto provoca cierto alejamiento de lo que pasa. Uno podría preguntarse si los tiempos que vivimos nos malacostumbran como espectadores, pero el equipo artístico detrás de éste proyecto conoce bien el paño, y sobre todo al público al cual se dirige, así que no. Efectivamente es un comienzo a media máquina con una canción que intenta ser pegadiza sin lograrlo, destino que tendrán todos los temas que se escuchen aquí.
Antes de empezar con esta parte de la crítica es menester decir que las preposiciones del idioma español conjugadas con el nombre del yeti protagónico pueden mover a risa.
Luego de la introducción empezamos a conocer mejor a Migo - lo advertimos - un yeti que vive en los altos Himalayas, en una tribu bastante escéptica por influencia total del “Guardián de las rocas”, quien imparte las reglas a cumplir so pena de ser desterrados de no hacerlo. Este paralelo con el gobierno totalitario no es para nada sutil, y hasta alcanza a teñirse de discurso progre cuando avanza el relato, que propone a los chicos pensar por sí mismos y cuestionar las reglas cuando parezcan impuestas sin razón, pero el tipo de animación y la calidad banal de la mayoría de los diálogos, cuestionablemente necesarios para producciones de este tipo, ofrecen un contraste contradictorio a la intención del mensaje.
Por supuesto que habrá gags relacionados con el mundo exterior negado al pueblo yeti (llamémoslo así ya que estamos), cuando vemos, por ejemplo, la resignificación de objetos de uso humano como papel higiénico o algún elemento de esquí. Nuestra existencia es un mito para los yetis (y viceversa, claro). Esto es corroborado por el personaje de Percy, un joven cuyo avión se estrella en la montaña y provoca el encuentro con Migo (¿ve?, otra vez). Hay que decir que el encuentro es muy gracioso, bien pensado y elaborado. Claramente lo mejor de “Pie pequeño”. A Migo (¡ufa!) no le queda otra que satisfacer su curiosidad natural y seguir a Percy, quien claramente representa, para él, el proceso de desmitificación de las leyendas de su pueblo.
Es luego de este momento cuando el guión empieza a ser superado por la animación, y si bien va en desmedro del mensaje, o moraleja, que se desea instalar, al menos logra que la película levante un poco y sea más llevadera a pesar de las canciones cuya calidad no aumentará en ningún momento.
La disociación de la que hablamos entre guión y animación probablemente es lo que delata mejor el hecho de ser una codirección entre Karey Kirkpatrick y Jason Reisig. En el caso del primero, ha escrito pequeñas joyitas como “La telaraña de Charlotte” (2006) o “Pollitos en fuga” (2000) pero (nunca mejor usada la conjunción adversativa), el segundo es un experto en animación con productos de alto ritmo y vértigo como “Kung fu panda” (2008) o “Shrek” (2001). Este es el defasaje de ésta realización, la dupla no parece ponerse siempre de acuerdo entre el qué y el cómo, dando la sensación de diferencia de criterios, y cuando esto sucede se lo percibe desde la butaca. Será Jason Reisig el encargado del final a todo trapo y en cuanto las consecuencias de cuestionar las reglas a riesgo de ser expulsado. Por Migo no se preocupe (me rindo), él va a estar bien.