Extraño juego de tres
La ambigüedad es la superficie por la que transita esta historia atravesada por la dependencia y la culpa que genera tanto la enfermedad como el trauma arrastrado desde la más temprana infancia. Y se hace carne en la evocación de la inocencia y de los juegos como el del título, donde la consigna es clara: vencer al otro y obligarlo a hacer algo.
Obligar o quebrar voluntades no es otra cosa que un juego de poder y si a ese dinamismo se le suma una cuota de perversión, la locura y el horror humano llaman a la puerta. Llegar desde afuera implica entonces sumergirse en el encierro de la mente y desde el encierro en las diferentes estrategias para escapar sin perder la cordura o la vida. Porque del juego inocente al juego de la vida y la muerte no hay resquicio posible ni refugio en este universo perturbado de la adaptación cinematográfica de una obra teatral de la dramaturga Macarena García Lenzi, quien se acopla a Martín Blousson en la dirección compartida de Piedra, papel y tijera.
Si hay algo que un relato de estas características debe sostener a rajatabla es el suspenso y desde ese suspenso mover los resortes de elementos genéricos que amalgaman ideas, y además ponen en relieve la puesta en escena. Para ello, el desplazamiento en el espacio es vital no tanto para los personajes, tres únicamente durante todo el film, sino para la cámara.
Deambular en el encierro parece una consigna desafiante pero lo es aún más quedar atrapado entre habitaciones, pasillos y con una escalera umbral. Es la escalera el elemento simbólico de ascenso y descenso. Al llegar Magdalena desde España a esa casa abandonada, prácticamente asciende en su calidad de intrusa a una realidad enfermiza, comienza a ser testigo y luego protagonista de una verdadera pesadilla, dominada por la dependencia física y mental. El escenario se lo brindan sus medio hermanos, María José y Jesús. Más allá de la alusión directa a nombres relacionados con lo religioso, lo religioso -valga la redundancia- define todo un pasado de ellos, el cual nunca se termina por revelar, así como la ausencia de padre y madre, componentes vitales de una familia tradicional y que ya han muerto.
Sin embargo, y con la idea de no spoilear en este espacio de crítica, podemos decir que la propuesta cinematográfica también propone un juego ambivalente al espectador, quien desde su rol de pasividad irá descubriendo las reglas, cambiantes como esa dinámica perversa que convive con los tres hermanos y que dispone el cambio de roles entre dependientes y abusadores.