Viva en la música de los cuerpos
Pina Bausch (1940-2009) fue una de las bailarinas y coreógrafas más influyentes de las últimas décadas y Wim Wenders le rinde homenaje en esta película en 3D elegida como representante de Alemania para los próximos Oscar. La elección del 3D es significativa porque en las diferentes escenas coreográficas que se muestran en el largometraje, el director de Paris, Texas y Las alas del deseo intenta reponer una experiencia del espacio que se perdería en el paso de una sala de teatro a una pantalla de cine.
Claramente Pina es mucho más un tributo a la figura de la artista que un documental sobre la persona de carne y hueso. Es la belleza y el poder de sugestión de su arte antes que su biografía o las condiciones de trabajo en las que
desarrolló su carrera lo que se expone en la película. Si bien Pina Bausch aparece en varios tramos, evocada mediante imágenes de archivos y algunas mínimas declaraciones personales, sintéticas y poéticas, su silueta se va dibujando a través de los testimonios de los bailarines y bailarinas que trabajaron con ella y que la recuerdan como una artista deslumbrante y como una maestra de vida.
No hay ninguna referencia demasiado concreta a sus métodos de enseñanza y a su trabajo cotidiano en las salas de ensayos. Lo que construye Wenders es una mitología, desprendida de la historia (casi no hay datos del contexto social ni político), una especie de monumento visual que le debe gran parte de su fuerza de sugestión a las ideas que Pina exponía sobre el escenario a través de los cuerpos de sus bailarines.
Lo que sí aparecen son segmentos del espacio geográfico donde Pina Bausch trabajó durante casi toda su vida: la ciudad Wuppertal, de la que se muestra especialmente su máxima atracción turística, el tren colgante. El sentido de la poesía visual de Wenders se potencia en los paisajes urbanos, en particular en los filmados desde el tren, cuando éste avanza en medio de la ciudad suspendido sobre el río.
En este registro de intensidades es decisiva la música original de los cuadros coreográficos. Ya desde el principio, con la Consagración de la primavera, de Stravinsky, cambia el pulso del aire y se pone en una frecuencia emocional que ondula por la sala de manera mucho más sutil aún que las imágenes que emergen de la pantalla.
Esa música de los cuerpos, esa energía, que Wenders trata de transmitir y restituir en Pina trasciende la mera estilización de la figura de una artista muerta y hace que su muerte sea, precisamente, no una pérdida sino una verdadera transformación.