La danza de la vida
Desde hace años se ha vuelto algo habitual la rutina de ir al cine para simplemente pasar el rato y, en tiempos donde cada día la tecnología hogareña está barriendo el público de las grandes salas, uno ya no espera salir del cine sorprendido por haber visto algo nuevo o innovador. Lejos quedaron aquellos años en los que la gente se alejaba de la pantalla por películas como la Llegada del tren a la ciudad de los hermanos Lumière. En poco más de un siglo la percepción visual humana se ha visto modificada a pasos agigantados a medida que evolucionaba la industria cinematográfica, y hoy prácticamente nos hallamos en una sociedad netamente visual y mediatizada. En un contexto donde ya nadie se sorprende por nada, parece casi imposible poder afirmar, contrariamente a lo que dice el proverbio, que sí hay algo nuevo bajo el sol y este es el caso de la última película del reconocido director alemán Win Wenders.
El primer elemento innovador en Pina, al que también nos estamos acostumbrando en los últimos tiempos, es la utilización del cine 3D. Pero en este caso lo sorprendente es su aplicación al documental, un género en el cual, hasta dónde tengo entendido, nadie había incursionado en esta técnica. Gracias a esta elección estética nos hallamos con la segunda gran sorpresa: que una obra de tal belleza estética, simbólica y artística llegue a las salas comerciales. Pareciera que la premisa hubiera sido “si quierés llevarle el arte a las masas, hazlo en 3D”. Y realmente funcionó.
A pesar de todas estas novedades, realmente el mayor atractivo de esta película de casi dos horas es brindarle al espectador la posibilidad única de sumergirse totalmente en múltiples estímulos visuales y musicales: las texturas, los cuerpos, sus respiraciones, cada mínimo gesto se siente vivo. Además de un trabajo de fotografía increíble y unas locaciones que parecen casi surreales y que, con los contrastes en el ritmo del montaje, logran mantener alta la atención del público.
De hecho, al final del documental, cuando ya estaban pasando los títulos y el personal de la sala a la que concurrí había prendido la luz, la gente seguía petrificada en sus asientos, leyendo los títulos y tratando de asimilar la magnitud de lo que acababan de ver. Es que son tantos los estímulos que brinda: por un lado la belleza de la composición artística del propio Wenders y, por otro, el maravilloso legado de la bailarina y coreógrafa Pina Bausch, seguramente una de las personas que en este mundo fue capaz de expresar más con el cuerpo que cualquier otra.
No hay palabras que alcancen para expresar lo que el lenguaje del cuerpo y el de la imagen logran en esta película. La mezcla de emociones y sensaciones es realmente grande y uno puede quizás salir del cine sintiendo que acaba de ver un nuevo comienzo dentro de la expresión artística, y quizás hasta un film que marcará un hito en la historia del cine.