Pinamar: El canto de las sirenas.
Federico Godfrid dirige está cinta emotiva y encantadora, en la cual brilla el dúo protagónico de Juan Grandinetti y Agustín Pardella.
Todos conocemos la costa argentina durante el verano, en temporada alta cuando los grupos de amigos y las familias numerosas llenan las playas y los centros de las ciudades costeras. Pero el ambiente colmado y paradisíaco para algunos dista de cómo vemos las playas y el bosque durante el film de Godfrid. Un ambiente silencioso y casi desolador sobre el que se erigen grandes torres con departamentos solo habitados en temporada alta que aportan al vacio del cual percibimos que Pablo, (Juan Grandinetti) intenta escapar cuando emprende viaje con su hermano Miguel (Agustín Pardella) hacia la ciudad costera con el objetivo de esparcir las cenizas de su madre en el mar y vender el viejo departamento de veraneo de su infancia.
Desde un primer momento percibimos cierta tensión entre los hermanos que parte de la oposición de sus personalidades. Miguel es el más chico, extrovertido, ruidoso e inquieto, propone a su hermano quedarse a aprovechar un par de días en el departamento y pasarlo con amigos, a lo que Pablo, de carácter taciturno y mas estructurado, se muestra reticente en un principio.
Sin embargo, tras su llegada los tramites se atrasan, ciertos recuerdos y reencuentros los hacen dudar de sus intenciones y hasta la aparición de su antigua vecina Laura (Violeta Palukas) genera un conflicto entre los dos hermanos.
La historia nos lleva por varias etapas a medida que la confusa mezcla de sentimientos entre la dolorosa perdida, el salto a la madurez, peleas y reconciliaciones fraternales y el amor hacen evolucionar a estos personajes por los cuales automáticamente sentimos cercanía y empatía.
Federico Godfrid (La Tigra, Chaco; 2008) claramente sabe cómo quiere contar esta historia que, con ayude de un guión perfectamente estructurado por Lucia Möller, toma el género coming-of-age (películas sobre adolescentes/adultos jóvenes llegando a la madurez) y lo utiliza en un clima sin sobre-actuaciones dramáticas ni comedia forzada para aligerar la situación, en el cual tenemos las dosis justas de humor y drama como para que la propia atmósfera vaya aumentando la tensión y avanzando la trama.
El film cuenta además con una fotografía excepcional a cargo de Fernando Lockett (Oscuro Animal; 2016), la cual le va dando a la ciudad cierta mística y encanto a partir de lo gris y solitaria que la podemos notar en un principio.
Los actores protagónicos se llevan gran parte de los méritos del film, Juan Grandinetti (El Prisionero Irlandés; 2015) no tiene dificultades en ser el ancla del espectador, el cual comienza firme y sobrio para luego ir mostrando un lado con más soltura, confianza y vulnerabilidad. A su vez, Agustín Pardella (Como una novia sin sexo; 2016) da una similar muestra de sensatez y seriedad a medida que la historia avanza, con lo cual sentimos que las personalidades “opuestas” en un principio de los hermanos van entrelazándose y brindándose mutuamente apoyo para lo que el otro necesita, si bien no siempre es explicito. Violeta Palukas (Infancia Clandestina; 2011) brinda vitalidad y personifica a un interés amoroso que también es creíble y evita caer en ser un simple personaje unidimensional.
Pinamar es una historia sencilla en la cual todos los eslabones funcionan, sus personajes son reales, los conflictos son palpables y la temática general es actual y relevante, tiene un gran director y esplendidos protagonistas que la convierten en una película muy bien lograda.