Federico Godfrid fue el codirector de la luminosa “La Tigra, Chaco” en 2008 y aquí, en solitario, demuestra que tiene talento y buen manejo de la herramienta cinematográfica. La historia es simple: dos hermanos van a Pinamar para arrojar las cenizas de su madre y vender la casa familiar. Allí hay una chica, una amiga de la infancia de uno de ellos. El juego entre los tres personajes (magníficos Churruarín, Grandinetti y, especialmente, Palukas) genera algo que va más allá del drama y transforma el cliché de “jóvenes ante la disyuntiva se van a una playa” en otra cosa en la que el paisaje funciona como reflejo de las emociones. Es decir, las imágenes cuentan. Aún con un espacio acotado y un elenco mínimo, pasan muchas cosas en esta película que acierta también en la duración justa, del plano y del todo. La melancolía se disuelve en sus componentes de tristezas y alegrías en estado puro, y ese es todo un logro.