Segunda película de Federico Godfrid después de la muy interesante La Tigra, Chaco, Pinamar es un relato de hermanos, dos chicos muy jóvenes que viajan al balneario, fuera de temporada, para entregar al mar las cenizas de su madre y vender el departamento que guarda sus recuerdos de infancia. Se llevan apenas dos años y son muy distintos, el mayor más callado, introspectivo (muy buen trabajo de Juan Grandinetti, y de ambos intérpretes junto a Lautaro Churruarín), el menor más explosivo y, acaso, negador. Con elegancia, pudor y buen instinto para acompañar a sus personajes todo lo cerca que la circunstancia amarga requiere, Godfrid construye una película tan irremediablemente melancólica como lúdica y hasta feliz, tomando el pulso de las pavadas, los juegos de seducción (con la atractiva amiga vecina), los juegos de chicos que siguen siendo estos adolescentes tardíos, mezclados con el peso de la pérdida reciente. En esa exploración de la inmadurez, con esos dos chicos que quieren divertirse frente a escribanos, duelos y trámites grises, Pinamar llega lejos. Godfrid cuenta bien su historia mínima, dosificando los puntos altos de su relato y pasando por encima de cierto deja vu que puede transmitir el balneario medio vacío como escenario del cine argentino sobre jóvenes -hecho por más o menos jóvenes. Un retrato que, además, se acompaña con placer y, finalmente, emoción.