Pinamar

Crítica de Pablo O. Scholz - Clarín

Un final anuncia algo nuevo
Una historia de hermanos, ante lo irreversible del cambio en sus relaciones.

Tras su debut como realizador, codirigiendo con Juan Sasiaín La Tigra Chaco (2009), Federico Godfrid salta al largometraje en solitario con otra historia de jóvenes. Y también vuelve a balancear ternura y tensión sexual.

Pinamar transcurre en esa ciudad balnearia, donde Pablo y Miguel, dos hermanos, pasaron muchas vacaciones de niños y de adolescentes. Ahora veinteañeros, van fuera de temporada a esparcir las cenizas de su madre, y a concretar la venta del departamento familiar. La transacción se demora, y el reencuentro con el lugar, los recuerdos y con Laura, especialmente, una amiga de la infancia, enciende más que apaga los sentimientos de todos.

Y todo lo que remueve lo que parecía estancado en Pablo y Miguel es también un despertar, un tomar conciencia de que un ciclo de cambios se avecinan. Tiene que ver con la edad, con dejar una etapa y echarse de cabeza en otra.

Godfrid no se apresura, pero tampoco dilata lo que desea relatar. Utiliza muchos primeros planos, pero con razón: remarca lo significativo, no lo innecesario.

La modificación, y/o evolución del vínculo entre hermanos causa temor entre los protagonistas, pero ese comportamiento casi inconsciente es reflejado por Godfrid con total naturalidad.

Juan Grandinetti, Agustín Pardella y Violeta Palukas van ajustando los ánimos de sus personajes de acuerdo al relato, que resulta tan sencillo como placentero, y cumplen tres labores igualmente destacables.

Los filmes sobre los cambios en las relaciones suelen desconcertar. En Pinamar se da aquello de que un final significa el comienzo de algo nuevo.