Federico Godfrid estrenó en 2008 su ópera prima La Tigra, Chaco. Una muy buena película que contaba una historia en un pequeño pueblo de unas veinte cuadras. En su segunda película, casi diez años después, vuelve a trabajar una historia similar con un lugar definido. En ambas hay un protagonista que va a tal lugar y que debe enfrentarse con un problema familiar (en este caso la venta de un departamento que pertenecía a la madre de los protagonistas), pero también está la idea de mostrar los lugares fuera de las luces, como realmente son, no como un atractivo turístico.
Los dos protagonistas son hermanos, Pablo y Miguel, y tienen personalidades opuestas, uno es callado e introvertido y el otro es más extrovertido; ya en el primer plano de la película se muestra y delinean cómo serán los personajes. Son los actos los que los delinean, uno quiere vender la casa, el otro tiene sus dudas. Uno trata de conquistar a la vecina -una excelente Violeta Palukas-, mientras al otro no parece importarle.
Estas dos personalidades tendrán sus pequeños desacuerdos durante toda la historia, en una Pinamar en temporada baja que aun así se ve increíblemente hermosa gracias a la dirección de fotografía de Fernando Lockett. También hay que sumarle el trabajo de ambos actores –Juan Grandinetti y Agustín Pardella- que son naturales, convincentes y que parecen realmente hermanos. Cada uno entiende el otro, sus tiempos, su humor, su forma de ser y pensar.
Pero también son los silencios, las miradas de cada uno de los protagonistas las que hablan por ellos. A pesar de que hay diálogos, lo interesante es verlos a ellos, cómo se relacionan con los demás, cómo se mueven en este espacio. Lo que propone Godfrid es un trabajo sobre los espacios, un tema que parece obsesionarle. ¿Qué ocurre en esas cuatro paredes?, ¿es sólo un espacio familiar sin ningún peso?. Esas y muchas otras son las preguntas que se hace este director y de las cuales la audiencia sacará su conclusión hacia el final de esta pequeña pero muy valiosa historia.