Tras su paso por diferentes festivales como los de Londres y Mar del Plata, y antes de su llegada global a la plataforma de Netflix (9 de diciembre), esta maravilla animada cortesía del prolífico y apasionado cineasta mexicano tendrá dos semanas en 24 salas argentinas que aceptaron estrenar el film en medio de las disputas entre exhibidores y streamers por las "ventanas" de exclusividad. Más allá de las controversias comerciales, se trata de un film que merece verse en la pantalla más grandes posible.
Muchos directores / guionistas / productores de prestigio suelen llegar a Netflix, seducidos por la generosidad de su billetera y las facilidades de producción, con proyectos hechos “de taquito”, “con piloto automático”, lejos de la calidad artística de sus obras precedentes. Guillermo del Toro parece ser una de las bienvenidas excepciones a la regla: tras su estimulante Gabinete de curiosidades, ahora es el turno de un film que soñó durante casi dos décadas y que solo ahora, gracias a la N roja, logró financiar.
La proyección marplatense comenzó con varios niños pequeños en la sala cargados de dulces y pochoclos. Las madres, que no sabían que se proyectaría la versión subtitulada (las voces originales son esenciales), ni tampoco que muchas de las imágenes eran bastante tenebrosas y truculantes, optaron por abandonar la sala junto a los pequeños a los pocos minutos de comenzada. Para el resto, cinéfilos jóvenes y no tan jóvenes, fue una experiencia fascinante, saludada durante los créditos finales con una ovación.
Del Toro sabe que es, además de un autor extraordinario, una “marca” y es por eso que, con algo de petulancia y hasta arrogancia, le agrega últimamente su apellido a casi todos los títulos. No se trata entonces del “Pinocho de Carlo Collodi”, sino del Pinocho de Guillermo del Toro. Algunos verán en esta decisión la apropiación indebida de un clásico, pero es lo que todo gran artista hace a la hora de transponer una obra: apropiarse de la misma, hacerla suya, darle su impronta, amoldarla a sus propias obsesiones (incluso algunas que vienen desde la infancia).
Lo concreto es que Del Toro está superando todas las dudas, todos los desafíos, todos los escepticismos (si algo no me interesaba antes de entrar al inmenso Ambassador 1 era ver ¡otra vez! una versión de Pinocho y menos después del reciente desatino de Robert Zemeckis para Disney+) y con esta película -codirigida con Mark Gustafson (colaborador en Meet the Raisins! y El fantástico señor Zorro)- se suma a la rica historia reciente de los grandes cultores de la animación stop-motion (léase las factorías Aardman de Peter Lord, Nick Park y David Sproxton, Laika, Carton Saloon o los trabajos de Tim Burton y Henry Selick).
Narrada en off por el Sebastian J. Grillo / Cricket de Ewan McGregor, Pinocho de Guillermo Del Toro arranca la historia con la muerte de Carlo, el encantador y adorado hijo de Geppetto y cómo, en medio de un ataque de angustia y dolor, el brillante ebanista (la voz de David Bradley) construye el Pinocho de madera (Gregory Mann) que luego termina convirtiéndose en una suerte de hijo sustituto.
La versión de Del Toro, como el personaje principal, adquiere vida propia y se transforma en un delicioso delirio visual, con su propia dinámica, sus momentos perversos y hasta su dimensión política (allí aparece el mismísimo dictador Benito Mussolini en una escena satírica y truculenta a la vez). La única objeción (mínima) son un par de momentos musicales que parecen haber sido concebidos con objetivos "oscarizables".
Si la animación cuadro por cuadro es un deleite, una auténtica proeza técnica y artística (por momentos, en los pasajes más fantásticos, parece dialogar con la estética Ghibli del gran Hayao Miyazaki), no resulta menor el aporte de los notables intérpretes convocados para aportar sus voces: al mencionado Ewan McGregor, se les suman en personajes muchas veces secundarios Christoph Waltz, Tilda Swinton, Cate Blanchett, John Turturro, Ron Perlman y Tim Blake Nelson. Un auténtico dream team actoral para una película que propone una experiencia única que merece ser disfrutada en la pantalla más grande posible.