EL TIEMPO QUE SOMOS
La Pinocho de Guillermo del Toro (así, “de Guillermo del Toro”, porque se destaca la firma del autor, pero también que esta es una versión muy personal) es una película que contiene muchas de las obsesiones del director, y que encuentra en su cruce con el texto de Carlo Collodi tal vez el mejor territorio para que las mismas se desarrollen con enorme precisión. Hace tiempo que el director mexicano viene buscando en otros lugares (adaptaciones de comics, remakes) aquello que comulgue con sus propias ideas, y parece haber encontrado aquí la historia exacta en la que puede reflexionar sobre todo lo que siempre ha reflexionado sin que se anule el carácter creativo de su obra ni el elemento narrativo: los marginados, la monstruosidad intrínseca del ser humano, el discurso fascista y los totalitarismos, el paso del tiempo surgen como tópicos lógicos en un relato que fusiona cuestiones indispensables del texto original y otras que son propias del director. La alquimia lograda es envidiable, Del Toro parece haber nacido para contar esta historia.
De entrada la técnica del stop-motion nos envuelve en un mundo que suena tanto a cuento de hadas como a pesadilla, una tragedia puesta en contexto en la Italia fascista de Mussolini. Y en ese marco, la historia de un padre (Gepetto) que pierde a su hijo luego de que una Iglesia fuera bombardeada por error. Los símbolos religiosos están presentes por todos lados en la película de Del Toro (codirigida con Mark Gustafson), fundamentalmente cuando luego de haber conseguido la vida, Pinocho se sienta reflejado en otra figura de madera a la que los demás, sin embargo (y a diferencia de lo que sucede con él: notable secuencia en una iglesia mediante), veneran: Jesús. El camino del personaje es el mismo del texto original (y del modelo que Disney desarrolló con el clásico de los 40’s) aunque aquí pensado más a la manera de un calvario: un muñeco de madera que un hombre talla como forma de remedar la muerte de su hijo (en una escena cercana al horror, con ecos de Frankenstein), y que por un elemento mágico obtiene la vida. Y ahí comienza la travesía, el relato moral sobre cómo ser personas buenas a través de la ilustración (Pinocho se siente tironeado entre la obligación de ir a la escuela y la fama instantánea que prometen los oportunistas que se cruza en el camino) con un Pepe Grillo cantarín que funciona, siempre, como conciencia.
Puede que en el relato que construye Del Toro algunos aspectos del original queden relegados debido a la excesiva autosuficiencia que se le otorga a Pinocho, por ejemplo el mismísimo Pepe Grillo que aquí pierde un poco el norte o resulta demasiado accesorio, más allá de ser quien lleva el relato desde la voz en off. Sin embargo hay decisiones notables que minimizan esos aspectos y que indican que en verdad el director tiene otras intenciones con el personaje: si bien, como decíamos, está presenta el tema de la ilustración, el asunto pasa aquí más por la idea de la libertad contraponiéndose al totalitarismo, las propias decisiones contra aquello que impone el poder, el adoctrinamiento. Y la liberad, incluso, a riesgo de equivocarse. Porque de esas decisiones, de esas búsquedas, se edifica la vida de las personas, una experiencia única e intransferible. Algo que rebota en el fabuloso epílogo de la película (lo mejor que filmó Del Toro hasta el momento) y que se vincula tal vez inconscientemente con Inteligencia Artificial de Steven Spielberg, que era a su vez una reversión libre de Pinocho. Allí se habla del paso del tiempo, de su tragedia como experiencia cuando vamos dejando cosas atrás, y de cómo esa vivencia es la que en definitiva nos talla como humanos. Del Toro encuentra una última imagen increíble, el fruto de un pino que cae, y una frase que aplica como lacónica reflexión: Somos eso, un momento en el tiempo. Y no hay más nada. La emoción es incontenible, por más que los créditos nos regalen una canción bonita y un simpático paso de comedia de Pepe Grillo con la voz de Ewan McGregor.