Pinocho, de Mateo Garrone, es el alimento perfecto para las pesadillas infantiles. Lejos de la versión Disney, con su Pepe Grillo diseñado para convertirse en muñeco de peluche, en esta adaptación fiel del clásico de Carlo Collodi, el mundo de fantasía tiene tanta oscuridad como una realidad signada por la pobreza.
Gepetto, un artesano de la madera, lucha para sobrevivir sin dinero y está solo. El personaje que interpreta Roberto Benigni se propone crear a un muñeco perfecto, luego de ver a las marionetas de un espectáculo que llega al pueblo. Una vez terminada la marioneta, Gepetto se da cuenta de que tiene vida, le enseña a hablar y lo bautiza Pinocho. La alegría del hombre al tener finalmente un hijo se derrumba cuando este desaparece, luego de escaparse de la escuela para ver el espectáculo de marionetas. A partir de allí, Pinocho vivirá una serie de aventuras llena de peligros.
Garrone construye un mundo de fantasía cohesivo y original, con tonos y encuadres que recuerdan a viejas ilustraciones de cuentos de hadas. Su versión de Pinocho está habitada por criaturas que pueden resultar terroríficas para los más chicos. Lo mismo sucede con las situaciones a las que se enfrenta el protagonista, que incluyen pasar hambre, ser víctima de robo y un intento de asesinato. En ese sentido y teniendo en cuenta que la narración se estira demasiado, la película no parece ideal para el público familiar sino para aquellos adultos interesados en este tipo de historias y estéticas.