Mi hijo es de madera.
Pese a las declaraciones del director Matteo Garrone (Gomorra), quien sostuvo que su versión del clásico de la literatura infantil era bien recibido por niños, cabe aclarar de antemano que la historia de este Pinocho, que respeta el espíritu del relato original, Las aventuras de Pinocho, de Carlo Collodi, cuenta con secuencias sumamente perturbadoras y donde la inventiva en función de crear un mundo de fantasía -o el universo del cuento de hadas- apela a lo siniestro más que a lo diáfano y colorido.
No obstante, teniendo presente los antecedentes cinematográficos que hasta incluyen la sosa versión dirigida por Roberto Begnini, aquí en el rol de Gepetto, estamos frente a la mejor adaptación y además con una impronta visual recargada de poesía.
Hacer de la infancia una aventura es uno de los caminos que confronta la marioneta de madera cuando se pierde sin rumbo en este relato iniciático, pero también cruzarlo con el cuento moral que implica una recompensa por portarse como la norma indica, deja entrever una reflexión más profunda sobre la infancia, el maltrato infantil y la inocencia en un contexto hostil como el de los diferentes personajes que se cruzan en su travesía.
El Pinocho de Matteo Garrone por momentos parecería estar dialogando con la Alicia de Lewis Carroll desde su apuesta al juego, a lo lúdico arraigado a la aventura, donde el zorro y el conejo desvían constantemente el sentido moral de la historia.
Sin embargo, el director italiano suma la crítica sutil a otro orden de cosas para dejar transparentado un pequeño apartado político y social cuando por ejemplo ubica a un chimpancé en el lugar de un juez, quien declara culpable al inocente y libera al culpable entre otras sutilezas que a lo largo del film se insertan sin forzar situaciones.