Lo primero que surge, no al finalizar la proyección de Pinocho, con Roberto Benigni, sino ahí nomás, cuando termina la primera secuencia es ¿a quién va destinada esta versión del clásico de Carlo Collodi?
Si bien las aventuras del muñeco de madera son seguramente más aptas y disfrutables para los espectadores más pequeños, hay planteamientos y escenas verdaderamente oscuras, que harán que los niños no vean a Pinocho ni algunos personajes con cara de buenos amigos.
Pero esa oscuridad, que bien podría resultar bienvenida si la apuesta fuera decididamente para un público adulto, con alguna necesaria en la trama, no es tal.
¿Por qué?
Porque el filme de Matteo Garrone se balancea innecesariamente entre los momentos más inocentes, con escenas algo más fuertes.
Vaya de ejemplo la que transcurre en la escuela. Incluye un sapo en el pantalón de un maestro, pero también el castigo corporal que éste le infringe a los que no responden como corresponde, con golpes de vara en las manos y los obliga a arrodillarse sobre granos.
Roberto Benigni, probablemente el mayor atractivo que tiene la nueva película de Garrone, el director de Gomorra y Dogman, ya había hecho su Pinocho, como director y también como el muñeco de madera.
Había sido una olvidable película de 2002, posterior a La vida es bella, la que le valió reconocimiento internacional y un par de Oscar.
Benigni no actuaba en cine desde A Roma, con amor, el filme de Woody Allen estrenado en 2012, y tenía 67 años cuando, hace un par de años, interpretó a Geppetto. Y lo hace con todos los tics que le conocemos, ya desde su época con Jim Jarmusch, con Down by Law).
Lo dicho: ¿a quién va destinada esta floja versión de Pinocho?