El clásico personaje creado por Carlo Collodi, y visitado en un sinfín de oportunidades por realizadores de ficción y animación, vuelve al cine en esta superproducción del director de "Gomorra".
En esta oportunidad, la mirada se deposita en la oscuridad y lo siniestro de un relato que no apela a la fábula para cerrar su desarrollo, reinventando el espíritu fantástico de la historia.
Un Gepetto (Roberto Benigni) con muchas necesidades económicas, ve en la llegada al pueblo de un espectáculo de marionetas gigantes, la posibilidad de crear una de ellas para ofrecer shows al pasar en las calles. Nada le haría imaginar que tras horas de tallado de un tronco, esa estructura cobraría vida, convirtiendo a Pinocho (Federico Ielapi) en algo mucho más grande que un simple juguete.
Así, ambos convertirán sus días de encuentro y de conocerse en la posibilidad de acompañarse, estableciendo algunas reglas para la convivencia armoniosa que deberían sostener. Pero como el cuento lo marca, Garrone recupera varias de las peripecias de Pinocho, algunas más conocidas, como las clásicas mentiras que le agrandan la nariz, o sus huidas de la escuela para conectar con un joven que lo llevará por el mal camino.
Pero hay otras, que nunca se han profundizado tanto, como aquellas que tienen que ver con su vínculo y promesas con el hada (Marine Vatch), su relación con el misterioso tiritero, y ese momento particular en el que Pinocho decide ir al mundo maravilloso de los juegos, desatendiendo el estudio y sin saber que su próximo destino podría ser transformarse en un asno.
Como todo cuento infantil, y más de los que han trascendido generaciones y generaciones, Collodi deposita valores necesarios para la sociedad de ese momento y desde allí, por oposición y contraste, busca validar aquella línea argumentalmente política que se baja: los niños en la escuela, decir mentiras es pecado, no hay goce sin sacrificio previo.
Pero Garrone es mucho más astuto, y si bien toma como punto de partida muchas de ellas, prefiere transitar por un sendero mucho más riesgoso, creando nuevas épicas “pinochescas”, buceando en la oposición cultura alta/baja, para hablar de la verdadera oscuridad que se esconde en la sociedad, una mirada dolorosa sobre las diferencias económicas que rigen los destinos de los seres.
Hay escenas de una belleza extrema, encuadradas con maestría y solvencia, y otras en donde el temor por el muñeco, que luego se convertirá en un niño, prevalece, más cuando es amenazado por adultos, por animales, por humanos, entre otros, que sólo quieren aprovecharse de su inocencia para sacar su propio rédito y beneficio.
En ese relato, en donde Pinocho siempre se mantiene en el difícil lugar de convertirse en la próxima presa fácil de cualquier depredador que circunda su camino, el guion se nutre de lo mejor de autores como Federico Fellini, Tim Burton y Mel Stuart, para imaginar un universo completamente nuevo, colorido, delirante, donde brilla su lucidez para crear climas y atmósferas, pero también para desarrollar, junto al trabajo de maquilladores, fotografía, efectos especiales, entre otros, una épica narración, potente visualmente, y que facilita, gracias a su nostalgia inherente, una rápida inmersión en ella.