Un terror más divertido
Piraña 3D logra sobresalir por sobre buena parte del cine de terror actual.
Hay que decir en primera instancia que Piraña 3D logra sobresalir por sobre buena parte del cine de terror actual, durante gran parte del metraje, en base a una autoconciencia total, y apostando a adentrarse en el relato sin vueltas, desde el mismo comienzo, trabajando sobre los estereotipos con absoluto desparpajo, sin juzgar nunca.
Por eso el filme de Alexandre Aja (quien sólo había dado un filme decente hasta ahora, El despertar del diablo, porque tanto Alta tensión como Espejos siniestros eran un desastre) es capaz de funcionar como una apología total de la joda. El filme pareciera decir permanentemente: “sí, gente, en los pueblitos con lagos en el verano, los pibes se alcoholizan, se drogan, hay mucho sexo, tetas, etcétera, así que aceptémoslo, porque al fin y al cabo, tan mal no la pasan”. Analizando su discurso desde diferentes perspectivas, se la podría calificar como conformista frente a ciertos paradigmas impuestos para la juventud, o como muy liberal para los parámetros de Hollywood.
En este contexto, las apariciones de Eli Roth –que debió pasarla fenomenalmente durante el rodaje-, Richard Dreyfuss –haciéndose cargo del lugar en la historia del cine que ocupa para cierto público, por su vínculo con Tiburón-, Christopher Lloyd –en plan científico loco pero también como puente paradójicamente racional-, Elizabeth Shue –en una de sus mejores actuaciones de los últimos años, lo cual tampoco quiere decir demasiado-, Jerry O´Connell –absolutamente desatado-, Ving Rhames –confirmando su estatus de nuevo rey del directo a DVD, pero desde el cine- se encuadran en una celebración absoluta del divertimento sin culpa, en todos los niveles.
Pero Piraña 3D corre también riesgos más serios. Se la juega por un humor definitivamente negro, que coquetea con el falso suspenso, lo sangriento y lo asqueroso. El problema con el humor negro es que resulta muy fácil pasarse de la raya. Y entonces todo es negro, ya no es gracioso, lo único que queda es el horror. Y eso es lo que finalmente sucede en la película de Aja, que se deja desbordar y pierde el equilibrio, en especial sobre la media hora final, donde llegan las grandes masacres, las tripas y sangre a borbotones. Ahí el realizador pierde el sentido de la distancia e involuntariamente horroriza, en vez de divertir. Da la impresión de que se quieren mostrar bichitos comilones zampándose chicas tetonas y muchachos musculosos, pero lo que se termina observando es gente muriendo de todas las formas posibles, huyendo como pueden, gritando, llorando y pidiendo ayuda. Ahí es cuando se nota que Aja no tiene el talento que han demostrado en muchas ocasiones tipos como George Romero o Wes Craven.
Y sin embargo, en la secuencia final Pirañas 3D recupera la locura de sus dos primeros tercios, deja abierta la puerta para una secuela con total coherencia y se manda un gran chiste en el medio que combina los espíritus de la década del ochenta (que fue cuando se filmó la versión original) con la actual. Todo es gigante, desproporcionado, pero verosímil a partir de su inverosimilitud. No le viene mal al terror perder un poco de seriedad de vez en cuando.