No inventemos nada nuevo
A pesar de lo que un aventurado lector pudiera pensar del título de esta crítica, no existe connotación negativa en el hecho de acusar de falta de originalidad a la nueva entrega del pirata más famoso y rentable de Disney. Tras una última experiencia poco agradable, la decisión obvia y, sin embargo, más acertada, era hacer un esfuerzo por reunir todas las piezas que le dieron el éxito a sus primeras películas.
Piratas del Caribe 5: La venganza de Salazar aúna elementos como los actores principales de anteriores partes (con mayor o menor protagonismo) y una pugna constante de géneros como la aventura, la acción y la comedia (con un desequilibrio importante hacia esta última). La ambientación y trasfondo fantástico cierran este cofre de un tesoro que aún parece poder seguir siendo aprovechado.
Una vez decidido que la película contaría con la mayoría de intérpretes originales, además de un flamante antagonista encarnado por Javier Bardem, había que encontrar una premisa que reuniera a éstos y los recién estrenados personajes en otra gran aventura. La solución: un legendario objeto que, por diversos motivos, todos y cada uno de ellos acabarán buscando. Efectivamente, la respuesta aportada por el guión es tan simple y antigua como efectiva: un McGuffin (aquel elemento de la trama, definido por Alfred Hitchcock, sin mayor relevancia o utilidad que hacer que dicha trama avance).
De esta forma, los objetivos y motivaciones de cada personaje quedan claros para el espectador durante los primeros veinte minutos, y se puede dejar que los personajes hagan el resto durante el tiempo restante. Esta fórmula encuentra sus únicas fallas en aquellos protagonistas menos carismáticos, o cuyo objetivo no parece justificar del todo que continúe montado en este barco que es la película. Ocurre fundamentalmente con Henry Turner, interpretado por Brenton Thwaites, que en ningún momento llega a erigirse como el pretendido sustituto de Orlando Bloom en la saga. Kaya Scoledario, contrapartida de Keira Knightley, aporta algo más de capacidad y esfuerzo en un personaje excesivamente plano. Ambos forman una pareja de química prácticamente nula, lo cual lleva a un inexplicable e ilógico final. Esta fallida sustitución de roles originales acaba siendo la nota más desafinada en esta reinterpretación de la melodía ya por todos conocida.
Por otra parte, el resto de acompañantes se mueven como pez en el agua en este tono de comedia y auto-parodia que genera un ritmo incluso más entretenido que las espectaculares escenas de acción.
Hablar de esta saga es hablar, como sucede en pocas películas, de su banda sonora. Si bien aquel primer largometraje, basado en una atracción de parque temático, sorprendió a muchos con un subgénero marino casi abandonado, lo que más llegó a los sentidos de los espectadores fue la inconfundible melodía que Hans Zimmer compuso para el blockbuster. A ella se debe en muchas ocasiones el ritmo y el impacto de sus escenas, y la emoción que transmite sólo se ve ensombrecida por su reiterado y (ahora) predecible uso. Esta banda sonora es parte inseparable del universo pirata, pero en su última entrega acaba siendo un elemento que demanda un inexistente racionamiento.
En definitiva, Disney ha apostado sobre seguro, confiando en que los astros se alinearan de nuevo (el futuro espectador de la película entenderá mejor esta referencia). Así ha sido, consiguiendo el planteado objetivo de entretener y transportarnos a un mundo de aventuras, donde poco importan la profundidad de la trama o los arcos evolutivos de los personajes.