En la vida cotidiana cuando nos informan que algo está agotado, insistimos. “Fijate por ahí en un rinconcito quedo algo”. El sujeto vuelve y hay dos opciones principales posibles: 1) No hay , como dije; 2) Tenías razón, quedó un mínimo.
Bueno algo de eso se repite en Hollywood, o en la productora Disney, o en ambas simultáneamente. El producto estaba agotado, pero fueron por más.
Desde un principio el relato va estableciendo de a uno a los personajes “secundarios” más importantes, el principal sigue siendo el Capitán Sparrow (Johnny Depp)
La novedad está en la aparición de la prófuga, Carina Smyth (Kaya Scodelario), una bella astrónoma poseedora de un mítico libro sobre el tridente de “Poseidón”, cuyo primer dueño y autor fuera el mismísimo Galileo. Acusada de brujería, perseguida por los soldados del rey, ella será en definitiva lo único novedoso, una heroína que se sabe autosuficiente, con la fortaleza necesaria para enfrentar a quien sea en pos de lograr sus sueños. No es la típica damisela en peligro, al menos en un principio.
Pero antes nos encontramos con Henry Turner (Brenton Thwaites), el hijo del maldecido Will Turner (Orlando Bloom) quien se ha perjurado encontrar la forma de anular la maldición que cierne sobre su padre. Para ello se ha transformado en todo lo que sea menester, ladrón, pirata, soldado, traidor, etc. En realidad se ha convertido en un experto sobre mitos y leyendas del mar.
El primer encuentro entre ellos es de rechazo instantáneo, pero de necesidad mutua para continuar con la huida, y es allí que se percatan de la obligación de ambos de contactar al Capitán Sparrow.
El mismo personaje de siempre, agotado, que no sorprende, ni siquiera el ser un capitán sin barco ni tripulación fiel, sabe de la exigencia del destino, de ir al mismo lugar que nuestros jóvenes Henry y Carina, por motivos diferentes, claro. A nuestro héroe lo persigue, liberado a medias de su maldición, el Capitán Salazar (Javier Bardem), de ahí el subtitulo de esta quinta entrega, comandante de un barco de muertos vivos.
Como auxilio casi mecánico de nuestro querido Jack, aparece su amigo el Capitán Héctor Barbosa (Geoffrey Rush), por supuesto que redundando.
Posiblemente lo más atractivo, como anclaje de motivación de los personajes, sea el objeto “brújula” conservada por Jack, que tiene el don de señalar el rumbo a seguir en búsqueda del deseo de quien la posee, y vaya cambiando de manos a lo largo del metraje. Una forma de revelar sin necesidad de expresarlo verbalmente.
Presentados los personajes, todo será duplicación hasta el cansancio de aquello establecido en la primera película de la saga, y que sirviera para engrosar las arcas de la productora con varias secuelas.
Como siempre los valores los encontramos en las cuestiones técnicas y en las actuaciones, en este último rubro se destaca Javier Bardem, haciendo de un terrible villano maravillosamente bueno.
Los efectos especiales, estética, estructura, vestuario, la escenografía, producirá pequeñas modificaciones, el diseño de arte a través de una fotografía oscura, porque así lo establece el guión, previsible a cada instante, a punto tal que aburre.
“Poseidon” no es el barco que se hundió en el filme de 1972, ni tampoco es el abuelo de “La Sirenita” (1989), o si, ojala, al menos tendríamos a Sebastián cantando, eso sería al menos divertido, aunque no innovador. Es el personaje de la mitología griega, venerado por la cultura helenística, dueño del tridente en cuestión.
Lo que sí queda claro es que el final de la película no es el final de la historia, quédese hasta después de los créditos, ya que aguanto hasta acá.