El pálido regreso de Jack Sparrow y sus perseguidores
En esta quinta entrega de la exitosa franquicia de Piratas del Caribe, que llega seis años después del estreno de la anterior, se mezclan las características de una secuela con las de un reboot (algo así como "reinicio"). Es decir, se retoman personajes fundamentales de las otras películas, como el icónico Jack Sparrow de Johnny Depp y el capitán Barbossa de Geoffrey Rush, pero se les da un primer plano narrativo a las aventuras de los protagonistas jóvenes: Henry, el hijo de Will Turner y Elizabeth Swann, un marinero decidido a salvar a su padre de la maldición de la que está preso, y Carina Smyth, una muchacha huérfana y con inclinaciones científicas a la que acusan de brujería. Además, se agrega un nuevo enemigo: el capitán Salazar, un fantasma con sed de venganza y un fuerte acento español. Todos terminarán encontrándose en el mar tras la pista del Tridente de Poseidón, objeto clave para tener el poder total de los océanos.
El Tridente en cuestión es una mera excusa para que la acción se ponga en marcha. Uno de los principales problemas del film es la insistencia en escenas que sólo sirven para exponer información que el espectador tiene que tener. Tampoco ayuda que esos diálogos no estén muy bien escritos y que todos los intentos de humor sean torpes.
Las secuencias de acción son tan impresionantes como se puede esperar de una superproducción, con varios detalles notables, como el diseño del barco fantasma de Salazar, que parece un monstruo. Pero hay algo que se pierde en las infinitas posibilidades que ofrecen las imágenes generadas por computadora. La necesidad de superarse y construir escenas más grandes y con acciones más imposibles se convierte en el objetivo a perseguir y se olvida que lo más importante de este tipo de cine es el entretenimiento. Para divertir no es necesario mostrar a una horda de fantasmas que caminan sobre las aguas persiguiendo a los héroes del film; lo esencial es que al espectador le importe el destino de esos personajes y quiera saber cómo sigue la historia. Las buenas películas de aventuras, como cualquiera de las Indiana Jones, por ejemplo, tienen grandes escenas en las que la puesta en escena está pensada para explotar los sentimientos del público hacia los personajes, ya sea creando suspenso, sorprendiéndolos o haciéndolos reír.
Con un Jack Sparrow reducido a un compendio de monerías y dos personajes centrales poco desarrollados y encarnados por actores sin mucho carisma, Piratas del Caribe: la venganza de Salazar resulta aburrida y ni se acerca a una de esas aventuras épicas que mantienen al público pegado al asiento.