Llegó lo que probablemente sea el final de la exitosa saga Pirates of the Caribbean, por lo menos de lo relacionado al desastroso y querido capitán Jack Sparrow. Y para está conclusión, la casa de las ideas vuelca todo junto por el mismo precio, con todos aquellos elementos y personajes que trajeron el género de piratas de vuelta, con una popularidad masiva. Sparrow y Barbossa, siempre presentes en las cuatro películas anteriores, libran la última aventura junto a los pequeños regresos de Will Turner y Elizabeth Swan, dos jóvenes nuevos personajes, Henry y Carina, y el infernal Capitán Salazar. Todos los ingredientes para una capitulación emotiva y nostálgica pero que confirma, como a partir de la primera entrega The Curse of the Black Pearl, que el universo piratesco fue decayendo en su calidad.
La vuelta a terreno conocido para el espectador se refiere a que de alguna forma su trama se articula con el abanico de personajes de las primeras tres partes, no así su argumento independiente como en la primera y cuarta entrega, La Maldición del Perla Negra (2003) y On Stranger Tides (2011). Henry, el hijo de Will Turner y Elizabeth Swan, debe recuperar el tridente de Poseidón para liberar a su padre de la maldición que lo mantiene atado al Holandés Errante; y su camino se va a cruzar con el de la huérfana Carina Smyth quien, debido a su cientificismo, va a estar en choque constantemente con las creencias míticas del joven. De esta manera construyen la obligatoria relación amor – odio, queriendo homologar a la de sus padres pero sin lograr en ningún momento suscitar la emoción y química que Orlando Bloom y Keira Knightley demostraron casi 15 años atrás.
Pero Henry también deberá toparse -en efecto es uno de sus objetivos- con el personaje que el público espera con más ganas, Jack Sparrow. Lo que sucede con este tipo de protagonista a lo largo de tantas producciones es algo tan anunciado como difícil de evitar: la caricaturización. Sparrow era ya una caricatura que poseía menos de pirata que de estrella de rock (una de sus influencias fue Keith Richards), pero aún así mantenía esa picardía y malicia que se llenaba de conflictos internos, sin embargo aquí se convierte en un ebrio que apenas puede articular palabra alguna y solo efectúa en el relato la función de comicidad constante, que redunda a la larga en algo cansino e insoportable, a la deriva. Lo único que queda del pirata es su imagen.
De la mano de esta bufonada se enlaza una extremación del contenido fantástico que caracterizó a la saga, y esto no solo atañe tanto a los propios conflictos mágicos, que siempre los hubo, sino a la falta de verosimilitud de las situaciones realistas, como lo es en la primera secuencia en tierra del robo de un banco, solo por nombrar alguna. Esta quinta entrega presenta al villano Capitán Salazar, interpretado por Javier Bardem, que por más que logre la atmósfera terrorífica y tensa con su vengativo personaje, no transmite la profundidad y el sufrimiento de Davy Jones ni la autenticidad y lo terrenal de Barbossa siendo capitán del Perla Negra y que ahora se manifiesta totalmente desdibujado, independientemente de la importancia que posea en el desarrollo argumental.
Y esa pérdida de realidad es lo que conduce a la historia a un desenlace apresurado y forzado, que siempre se dirige a una sola dirección y en donde los protagonistas enfocan su atención al objeto de deseo que representa el tridente de Poseidón, sin ninguna vacilación ni giro dramático, en una maraña de acciones donde no hay lugar para la relajación. Dead Men Tell No Tales representa el extravío definitivo de la cultura pirata, la suciedad, el asalto a las ciudades, las batallas en el mar; todo aquello que sorprendió al público y a la crítica. Quizás esta entrega final sea mejor que su antecesora, pero mientras la olvidable On Strange Tides no simbolizó nada del mundo de Piratas del Caribe, esta última se mantendrá como el reflejo de aquello que comenzó en 2003, la añoranza del carismático bandido Capitán Jack Sparrow.