Ver Piratas del Caribe: la venganza de Salazar es como comer helado que tenés guardado en el freezer hace mucho tiempo: te olvidaste que existía, de repente lo abriste y te preparás para comerlo, incluso se ve un poco bien, pero una vez degustado te das cuenta que no tiene sabor a nada.
Esta franquicia hace rato que no tiene ningún sentido y realmente no puedo comprender qué es lo que atrae a las grandes masas para que dejen tantos billetes y que siga existiendo.
Cuando salió la original en 2003 fue una gran sorpresa. Una película de aventuras como las de antaño y con un personaje maravilloso y revelación (candidatura al Oscar incluida) tal como fue Jack Sparrow.
El director Gore Verbinski había encontrado una gran fórmula que intentó replicar en los grandes delirios que fueron las dos primeras secuelas. Malas películas pero en su ley.
Caso contrario fue la entrega de 2011 dirigida por Rob Marshal donde se llegó a un punto bajo del cual no se pudo salir.
Ahora los responsables son los noruegos Joachim Rønning y Espen Sandberg, quienes se hicieron conocidos gracias a un gran film llamado Kon Tiki (2012). Pero ni rastros de ese talento se pueden ver en este estreno.
Y queda claro que no es su culpa dado a que esto es cien por ciento una película de estudio donde los productores pisan muy fuerte, y con el gran poder de saber que manejan un éxito asegurado.
Pese a las grandes secuencias de acción y el despliegue visual me costó mantenerme despierto.
Los nuevos personajes presentados no solo son insulsos y carentes de carisma, a pesar del talento y belleza de Kaya Scodelario, sino que incluso alguien tan enorme como Javier Bardem consigue el peor papel de su carrera (y él es lo mejor de la película).
Lo de Johnny Depp ya no tiene sentido. A esta altura ya es una caricatura del personaje que en un momento compuso y fue bueno.
El ensamble es un desastre que va de un lado al otro siguiendo un guión bien chato y lleno de situaciones que ya vimos.
En definitiva, Piratas del Caribe: La venganza de Salazar es una pérdida de tiempo y signo inequívoco de lo mal que está la industria y el consumo. Solo son buenos sus efectos visuales.