AGUAS RECONOCIBLES
El encanto de las Piratas del Caribe, especialmente la primera, se sostenía fundamentalmente en una suerte de homenaje al cine clase B, que mezclaba fantasía con aventura para recuperar el ya muerto subgénero de películas de piratas, y al que le adosaba un pertinente espíritu cartoonesco a secuencias de acción que lograban vincularse acertadamente con el humor. Y en medio de toda la autoconsciencia emergía un personaje destinado a convertirse en ícono, como el Jack Sparrow de Johnny Depp, sin olvidar que asistimos a uno de los experimentos con final más feliz que se le hayan ocurrido a Jerry Bruckheimer: porque quién daba más de dos pesos por el éxito de una película que no era más que la traslación de un juego del parque de diversiones de Disney. Muchas cosas coincidieron para que obre el milagro, especialmente la visión detrás de cámaras de un tipo como Gore Verbinski, dueño de una imaginación significativa y de un poder de invención mayúsculo para hacer confluir todas las referencias e inspiraciones: de Errol Flynn a Buster Keaton. Si la saga fue ganando espesor con el paso del tiempo (fundamentalmente la trilogía original), también fue perdiendo ese espíritu de aventuras algo chusco de los orígenes que en verdad fue canjeado por un slapstick demasiado barroco. Su navegación hasta una quinta entrega es un misterio, aunque también una obviedad: el negocio sigue siendo rentable.
Si Navegando en aguas misteriosas -la cuarta- fue un fallido relanzamiento hacia una nueva trilogía, esta La venganza de Salazar parece poner las cosas en su lugar desde un comienzo, con un prólogo que acierta en el tono a la hora de construir una mitología y una secuencia siguiente que cumple con las reglas de una película con Jack Sparrow: aventura, movimiento y comicidad física a puro timing. Es una secuencia que homenajea -otra vez- a Buster Keaton con una de sus obsesiones: la lucha entre el cuerpo humano y los objetos circundantes. La primera hora de La venganza de Salazar es así, feliz y radiante, una aventura despreocupada y vibrante, que repele la lógica narrativa y se preocupa sólo por el ritmo y el humor, y que presenta un esquema atractivo de personajes que, como siempre en la franquicia, se cruzan, se traicionan, se quieren, se odian, interminablemente. En esa primera hora también se incluye otra secuencia con una guillotina que es pura alegría, y que es un disparate absoluto por lo imprevisible y delirante. Es en esos pasajes donde los directores Joachim Rønning y Espen Sandberg demuestran tener algo de la fórmula que pone a la dicha en movimiento.
Pero La venganza de Salazar opera, en este sentido, como una suerte de resumen de la trilogía inicial. En principio la podemos poner en paralelo al fenómeno de films como El despertar de la Fuerza (o la reciente Alien: Covenant), que más que continuar u homenajear, terminan calcando, reescribiendo su molde original; pero esencialmente la película opera como resumen porque intenta tocar, en dos horas, todas las cuerdas que a aquellas tres películas les había llevado casi nueve horas: está la aventura y lo espectral, el humor físico y la chapucería, también aparecen los lazos afectivos y la tristeza del mar y los hombres solos, la grandilocuencia de la noción del destino, la solemnidad de la tragedia, incluso la referencia al poder político representado por la Marina, y el romanticismo recreado con planos generales a lo novicia rebelde. Y las intenciones, claro está, respaldadas con una serie de regresos y reapariciones que son guiños para la platea y también motivaciones para continuar el negocio. Ese todo, que se acumula significativamente en la segunda hora y que no puede ser asimilado ni con el siempre útil montaje paralelo, termina haciendo encallar la nave en una secuencia final demasiado extensa y hasta problemática desde el punto de vista de los efectos visuales. Así, La venganza de Salazar se pretende heredera de la liviandad de la primera pero también del barroquismo de la dos y la tres. Y está claro que quien mucho abarca poco aprieta: la película consigue un rápido interés, para ir desinflándose a medida que avanzan los minutos hasta perderse en la intrascendencia.