Que se doble pero que no se rompa
Más allá de un nuevo director, poco cambió en la saga.
La fórmula para reiniciar la saga Piratas del Caribe parecía ser, como pidió el propio Johnny Depp, simplificar las casi incomprensibles tramas de las últimas entregas. Y eso es algo que, en parte, han hecho para Navegando aguas misteriosas , cuyo relato resulta más o menos entendible. Lo que tal vez no anticipó Depp –o los productores- es que al cambiar de director (sale Gore Verbinsky, entra Rob “ Chicago “ Marshall) lo que se ganaba por un lado se iba a perder por el otro. Sí, la película se entiende, pero Marshall tiene un pulso bastante endeble para el relato de acción.
En cierto sentido, todo esto importa poco y nada.
Piratas del Caribe se transformó en El Show de Johnny Depp , y lo que lo rodea es, casi, secundario. Da la impresión que lo importante aquí es ponerlo en situaciones potencialmente ridículas y darle alguna ocurrencia para decir, mientras el resto corre en paralelo. De lo simpático o no que Jack Sparrow le caiga, a esta altura, a cada espectador, estará buena parte del disfrute. Si te fascina cada gesto y mueca del Capitán es más probable que te lleves mejor con la película que los que buscan mucho más que eso.
A quien esto escribe, Sparrow le caía simpatiquísimo al comienzo y aquí, en esta cuarta parte, está llegando al punto de saturación. Digamos: no sé si en una quinta no se volverá agotador. Es que es un personaje con tantos tics y peculiaridades (el tono alcoholizado, el saltito al caminar, el revoleo de ojos, etc.) que es difícil que no se vuelva repetitivo. Es claro que no se convirtió en una caricatura: siempre fue una. Y allí reside buena parte de la fascinación que produce el personaje.
En la cuarta parte, Sparrow escapa ingeniosamente a una condena a muerte, termina encontrándose con Angélica, una ex pareja de la que, cree recordar, estuvo enamorado (una Penélope Cruz muy bella, pero con ese tono de recitado por fonética que tiene cuando actúa en inglés que es bastante irritante), y se embarca, paralelamente a Barbossa (Geoffrey Rush) y Barbanegra (Ian McShane, quien podría ser el padre de Angelica), en la búsqueda de la Fuente de la Juventud. Por otro lado, los españoles arman su propia misión.
Junto a personajes secundarios de siempre y otros nuevos (un clérigo que se enamorará de una... sirena), Sparrow deberá sortear los previsibles obstáculos para llegar a destino, como una persecución en las calles de Londres, un ataque de feroces y bellas sirenas y la lucha por dos cálices con poderes, pasando por el encuentro con su propio padre (Keith Richards), quien le da sus “sabios” consejos.
Piratas del Caribe 4 mejora bastante en su segunda mitad, tras el ataque de las sirenas y el arribo a la isla, donde parece encontrar su mejor ritmo narrativo. Pese a sus 140 minutos, la película no se excede en subtramas o salidas absurdas (como la tercera parte), aunque en plan simplificación bien podrían haber aligerado su duración. Pero así como el ritmo levanta, lo que no mejora es la torpeza de Marshall para dirigir escenas de acción: lo suyo es apilar cuerpos en primeros planos, y el espectador ve objetos y personas volar sin tener mucha idea de qué está pasando. Su talento para la coreografía (en este caso, de las escenas de acción) parece tener más que ver con el impacto visual que con la comprensión de lo que pasa.
Como deja entrever la escena que viene tras los créditos finales, la brújula de Jack lo llevará todavía a vivir nuevas aventuras. Da la impresión, aquí, que los espectadores lo seguirán en su viaje. Pero también queda claro que, de no torcer un poco el rumbo, el barco empezará a navegar en círculos.