Comparada con las películas previas del realizador Rob Marshall (un productor de TV devenido cineasta, más por dinero que por necesidad expresiva), esta cuarta entrega de las aventuras de Jack Sparrow -uno de los mayores personajes del cine, creación absoluta de Johnny Depp y motivo ya suficiente para su gloria- es una obra maestra. Al lado del despropósito “Nine” o la incapacidad para filmar bailes en “Chicago”, el montaje apurado de Marshall conviene bastante bien a las peripecias aventureras y graciosas de estos personajes. Esta vez, la cosa pasa por encontrar la Fuente de la Juventud, toparse con un viejo amor (Penélope Cruz, mejor que con Almodóvar o Woody Allen, lejos), ganarles una carrera a los españoles y recuperar el Perla Negra. Mucho, pero como la película es larga, alcanza (aunque sí, habrá secuelas: nadie duda de que esto será un éxito). Con algunas muy buenas secuencias de acción –el ataque de las sirenas es ejemplar– y, especialmente, con un Johnny Depp que domina la puesta en escena –da la impresión de que es el que le da las órdenes al director y no a la inversa– el juego de las aventuras piratas (juego en el sentido más noble e infantil del término) continúa y nos retrotrae a la fantasía de que el mundo está lleno de buenos buenísimos y malos malísimos con una sonrisa en los labios. Eso sí: el 3D aporta poco y nada, aunque tampoco molesta.