Navegando sin rumbo en aguas (bastante) conocidas
Piratas del Caribe: Navegando en aguas misteriosas es una película de aventuras, sin emoción, sin gracia, sin chispa. Todo parece en piloto automático, empezando por Johnny Depp como el (Capitán) Jack Sparrow, quien ya venía mostrando signos de agotamiento a partir de la primera secuela. ¿Para qué existe esta nueva entrega de Piratas del Caribe? Simple: para robarnos el dinero, como sugiere cualquier manual de piratería para principiantes.
Ahora Jack Sparrow está en Londres, merced de la corte imperial. Su antiguo enemigo, el capitán Barbossa es un corsario al que se le encarga una simple tarea: llegar a la Fuente de la Juventud antes que los españoles. Jack no demuestra demasiado interés hasta que un impostor se hace pasar por él, reclutando bribones para una tripulación. ¿Qué despierta el interés de Sparrow por llegar a la fuente? Vi toda la película y todavía me lo pregunto. Parece no haber una motivación genuina. Como fuere, él que sí la tiene es Barbanegra (Ian McShane) al cual una predicción le augura una muerte cercana. Por eso, su hija recién encontrada, Angélica (Penélope Cruz) lo ayuda en su odisea. Nada tiene demasiado sentido, ni en el inicio, ni en el nudo ni en el desenlace. Si uno escucha el audio-comentario de los DVD de la trilogía original, no tarda en notar que los guionistas creen que son harto originales, creativos e ingeniosos. Cuando, a decir verdad, apenas pudieron congeniar elementos tan disímiles y dispares. Aquí hay zombies, sirenas (con colmillos de vampiro), vudú… aunque nada de esto tiene mucha razón de ser.
Pensemos en Barbanegra, el personaje más deslucido después de Angelica, su hija. Es el tipo malo. Para demostrarlo hay dos secuencias: en la primera, controla mediante su espada cada parte de su barco que, supongo, tiene vida propia. Ahora bien, uno esperaría que ello tuviera alguna funcionalidad en el resto de la historia. Aunque sea para dar una espectacular batalla final. No: ninguno. Es sólo para que chamusque a un cocinero. Qué malo. Pero eso no es todo: en otra incomprensible secuencia, carga dos pistolas y le da a elegir dos a Jack. Si se equivoca, matará a Angelica. ¿Con qué propósito? Ah, cierto: demostrar ser malo, malísimo. Así están todos los personajes, con especial mención para la propia hija, a quien la ganadora del Oscar Penélope Cruz es incapaz de dotar con algo de sensualidad o picardía. Ni hablar de su horrible inglés.
También hay una sirena y un católico para suplantar el romance adolescente de Keira Knightly y Orlando Bloom. Sin embargo, tienen menos carisma y relevancia que el monito encantado. El misionero lo único que hace es sacarse la camisa, como para que las teens se emocionen, supongo.
La tercera parte ya mostraba los signos de la decadencia: historia complicada (sí, se entiende… pero incluso dentro de la lógica que proponen estas películas, no tiene sentido), duración desproporcionada (En el fin del mundo duraba casi ¡tres horas!), personajes sin carisma sólo para que el actor de turno haga su Cameo… en fin, como el éxito de taquilla estuvo asegurado (y lo estará para esta también) sólo había que ver si se preocupaban en brindar algo más que un producto. Lo que se dice, una película. Pero no, repitieron todos los errores. Eso sí, aunque Navegando en aguas misteriosas sea la más corta (con dos horas y quince minutos de duración) se siente como la más larga. Ni siquiera Johnny Depp puede aportar algo nuevo a un personaje gastado, cansado, que se guía por los números. Si ya era difícil soportarlo antes (cuando dejó de ser “original”, “novedoso” y especialmente “divertido”) imaginen ahora, que sin coprotagonistas reales, debe aguantar toda la película.
Más allá de que la franquicia ya dé claras señales de agotamiento, el principal problema es Rob Marshall. El director de Memorias de una geisha y Nine es incapaz de darle algo de vida a la película. Si bien las últimas dos películas de Gore Verbinski sufrían de una megalomanía excesiva, al menos sabía dirigir la acción, dándole espacio, ritmo e importancia a lo que sucedía en pantalla. Comparen el clímax de La maldición del Perla Negra con el clímax de Navegando en aguas misteriosas. Este último resulta anodino, efímero. Las secuencias de acción son lentas, donde el montaje ni siquiera funciona para la elección de los planos. Ver a un montón de hombres pelar con espadas no es entretenido per se. Verbinski sabía eso y le daba emoción a los combates, como si fueran una danza. Marshall, director del musical ganador del Oscar, Chicago, no tiene idea. O no tiene el mínimo interés. Yo, en esta serie, tampoco.