Darwin y el filibustero: de plastilina somos
Si alguien cruzó ya a Abraham Lincoln con vampiros (la película respectiva se estrena en unos meses), por qué no se podría hacer lo mismo con los piratas y Charles Darwin. La idea se le ocurrió a mediados de la década pasada a un escritor llamado Gideon Defoe (apellido inmejorable a la hora de navegar, con naufragios o no) y tuvo tanto éxito que inauguró una serie, extendida hasta hoy a cinco títulos. Después de algunas experiencias con la animación computada (Lo que el agua se llevó, Operación regalo), con ¡Piratas! Una loca aventura, el estudio británico Aardman Animation (míticos creadores de los geniales Wallace & Gromit) ingresan al mundo del 3D. A la vez que regresan a su gran especialidad: la animación cuadro a cuadro de figuras de plastilina. Debe decirse, sin embargo, que lo nuevo de Aardman se parece más a una de Dreamworks que a una de Aardman.
Más allá de sus ínfulas, El Pirata Capitán no tiene mucho éxito a la hora del abordaje. Desde barcos fantasmas hasta otros llenos de apestados, parecería que el Pirata Capitán se especializa en asaltar las tripulaciones más menesterosas de las Antillas. Una de ellas lleva a bordo a un naturalista de grandes patillas, que dice llamarse Charles Darwin y queda patitieso al descubrir que el loro del barbado intrusor no es en verdad un loro, sino el último dodo (ave rara del Indico, dice la Enciclopedia Británica) sobre la Tierra. Con aviesas intenciones, el patilludo convencerá al barbudo de presentarse en la Academia Real, donde los más grandes de la época (mediados del siglo XIX) presentan sus más brillantes inventos y descubrimientos. Es allí donde la Reina Victoria –que si algo odia, casi tanto como al sexo, son los piratas– mostrará su interés en la exótica avecilla, convirtiendo al Pirata Capitán en su protegé. Lo cual no ayudará a mejorar precisamente su fama entre sus pares.
A diferencia de sus clásicos, que trabajan sobre el modelo del cine de aventuras (incluyendo Pollitos en fuga, dirigida por Peter Lord, también está al frente de ésta), ¡Piratas! es, como Shrek y derivados, una parodia, apoyada sobre un cúmulo de guiños, anacronismos y referencias a la actualidad. Desde la presencia de “Así hablaba Zaratustra” y “London Calling” en la banda sonora, hasta los cameos de época (Jane Austen, El Hombre Elefante) y, sobre todo, de otras épocas (un pirata al que llaman Rey porque se viste como Elvis, el sueño del protagonista de presentarse en un show de televisión y así al infinito), ¡Piratas! descansa sobre el mismo sistema en el que suelen apoyarse las películas de Dreamworks (no por nada aparecen, en un par de escenas, algunos de los protagonistas de Madagascar). Un sistema en el que el chiste apela a un espectador al que se supone pegado a la tele. Dos aclaraciones. La primera es que hay, sí, un gran personaje: el simio al que Darwin tiene por mayordomo y al que el doblaje (la película se estrena en Argentina sólo en versión doblada) llama Mayormono. A falta de lenguaje, el educadísimo Mayormono habla “por tarjetas”, que incluyen toda clase de divertidísimos sonidos y onomatopeyas. La segunda aclaración es que a la mayoría de los colegas ¡Piratas! les gustó, por lo cual tal vez sea que este crítico estaba en un mal día cuando la vio. Nunca se sabe.