La idea de narrar un viaje entre dos hermanos detrás de las pistas de algo que podría ser un tesoro, de una madre que los abandonó cuando eran niños, solamente con los únicos apuntes de un viejo (su padre) de poca memoria que a veces desvaría, podría sugerir un tono de drama familiar.
Pero a veces, como esas migajas por el camino pueden resultar engañosas, también lo es el resultado de esta comedia de aventuras, con momentos de diálogos sublimes entre los hermanos Dina (Erica Rivas) y Pascual (Juan Minujín) y una buena estética de ese recorrido que los dos emprenden a bordo de un impredecible Renault 12 Break de esos que ya no se ven.
Pistas para volver a casa transita varios climas, desde que los hermanos se reúnen en un pueblo cuando les avisan que su padre sufrió un accidente. Primero se muestra el presente oscuro de ambos, ella en la soledad de su casa, refugiada y aferrada a sus creencias; él, intentando manejar la vida con sus hijos, luego de haber sido abandonado por su exmujer y quedarse sin empleo.
El punto de quiebre, el inicio de la acción, ocurre cuando su padre (Hugo Arana) les cuenta que, después de mucho tiempo, se contactó con la madre de ambos, y le confió un secreto. Ellos deben buscarlo, buscarla, buscarse, y en ese camino ocurren momentos desopilantes.
Los recuerdos de la infancia, el presente abrumador de Dina y Pascual (en realidad Pascualino, en honor a un dúo italiano de los ‘60), el futuro que no ofrece muchas perspectivas, un grupo de secundarios con distintas intenciones, se cruzan en Pistas para volver a casa.
La película a veces decae, se vuelve antojadiza pero previsible, exagerada, aunque su planteo como buen juego de niños detrás de un tesoro se vuelve efectiva en ese tono íntimo y a la vez divertido que logra grandes momentos, desde que arranca el viaje hasta que termina. Cuando ellos ya no son los mismos.
Es interesante el juego de los hermanos cuando se ven obligados a poner frente a frente las verdades de cada uno sobre los mismos años de su niñez.
Pistas para volver a casa es un logrado segundo filme que pone a Jazmín Stuart con un lenguaje poco explorado en el mapa del cine argentino.