Una gran película argentina al borde del grotesco
No hay muchas películas así en el cine argentino y arriesgo que no es casualidad que la haya escrito y dirigido una actriz. Pistas para volver a casa es un drama con toques de comedia negra, un grotesco que nunca llega a irse de mambo y parecerse al cine argentino de los 80, una road movie depresiva, una historia que termina siendo muy redonda.
La segunda película como directora de Jazmín Stuart cuenta la historia de dos hermanos en sus “tempranos cuarentas” (extraordinarios Juan Minujín y Érica Rivas) a los que les va bastante mal en la vida: Dina es soltera y trabaja en un lavadero, Pascual tiene dos hijos y sobrevive con algo del dinero que le pasa su ex mujer y el que le da su vecina de 65 años a cambio de sexo. Los dos están dejados, sucios y no alcanzan a estar deprimidos porque para eso es necesario tener cierta consciencia de su fracaso.
Este es el primer y fundamental acierto de la película: está protagonizada por dos personajes originales, singulares, que no son parecidos a ningún otro que hayamos visto y que no necesariamente reconozcamos en nuestra vida cotidiana, pero que resultan palpables y verosímiles gracias a la precisión con la que están delineados por la autora y los actores.
Dina y Pascual viajan a un pueblo cercano al de su infancia cuando les avisan que su padre (Hugo Arana) sufrió un accidente. Al llegar, él les revela que vendió su casa -lo único que tenía, lo único que ellos iban a heredar- para buscar a su mujer, la madre de ellos, que los abandonó hace treinta años. El dinero está enterrado en el medio del bosque, pero él no se acuerda bien dónde. La que sabe es esa madre ausente, a la que irán a buscar más para recuperar la plata que para recuperarla.
El tono de la película es lo más particular y recuerda un poco al de otra gran película que fue Las mantenidas sin sueños, escrita y dirigida por otra actriz: Vera Fogwill. Es un tono que está al borde de la inverosimilitud pero (en general) no cae en ella, un tono al límite del grotesco, de un humor amargo que adora a su criaturas ridículas y patéticas.
No siempre da en el clavo la película y al principio le cuesta encontrar el carril, o quizás sea que a nosotros nos cuesta acostumbrarnos a su temperatura como si nos hubiéramos sumergido de golpe en una pileta de agua fría. Pronto el cuerpo se aclimata y justo cuando Dina y Pascual emprenden la búsqueda de su madre la cosa empieza a funcionar.
Ya dije que Juan Minujín y Érica Rivas hacen un trabajo excepcional, pero quiero repetirlo y extenderme en esto. Gracias a esos personajes deliciosos que les dio Stuart para jugar, los trabajos de Minujín y Rivas son un espectáculo en sí mismo. Sin que esto vaya en desmedro del conjunto, ver sus gestos, la cadencia de sus voces y sus interacciones es verdaderamente un placer. Hay una escena en particular que ya está en mi videoteca mental del cine argentino: los dos bailando borrachos en el casino. Ojalá todos la puedan ver.