Las risas que roba la actuación de Érica Rivas son un misterio insondable. Su actuación descarriada y exagerada en Pistas para Volver a Casa no tiene explicación; porque aunque la segunda película de Stuart sea en gran parte una comedia, ese descontrol se contradice con el registro dramático e íntimo que también tiene la película; problema que no tiene Juan Minujín, quien representa muy bien esa dualidad. Tal vez Arana esté en la misma frecuencia pésima de Rivas; pero no es su culpa, porque Stuart nos demuestra que no es una improvisada, y que por lo tanto estas exageraciones molestas fueron idea suya o al menos las aprobó. Así como el gran problema del rock argentino son los cantantes, el gran temita del cine nacional actual -con cada día mejores ideas- es el de las actuaciones; y muchas veces no es culpa de los intérpretes sino de la dirección de actores.
Con una Rivas un poco más controlada, todo habría sido mejor. Por suerte esa exageración de Rivas va disminuyendo con el correr de los minutos. Su tediosa actuación se va apagando a medida que lo cinematográfico se va encendiendo en un crescendo poderoso. La primera media hora es para irse del cine puteando a Rivas, a Stuart y a toda la peña. Sin embargo, a partir de una escena en la que se corta la luz del hospital en el que se encuentra internado el padre de los hermanos protagonistas (Rivas y Minujín), comienzan los pequeños conflictos que le dan nafta al relato. Y aunque primero conozcamos al padre (Hugo Arana), la historia que pesa es la de la madre (Beatriz Spelzini), y como en su anterior película, Stuart pone a la madre en el núcleo. Porque a los hermanos les va medio como el orto por culpa de la vieja que los abandonó, y la película es un viaje para reconciliarse con ese pasado horrible y mejorar el presente. En la superficie del relato su presente mejora rápidamente con la búsqueda de una guita que el viejo escondió y que se transforma en un MacGuffin divertido; excusa que al mismo tiempo funciona por debajo como símbolo de su mejora espiritual y su verdadera búsqueda: las explicaciones de una madre que se fue.
Demasiado diálogo molesto esconde el espíritu de una película linda a la que le sobran miles de palabras; porque el poder de Pistas… está en escenas que no necesitan ni diálogos nabos como el de los hermanos hablando de ET, ni sensibleros como los de la madre, ni los del padre con esos pésimos intentos de ser graciosos. El poder está en esos dos hermanos arriba del Renault 12, en ellos bailando en un casino de pueblo, morfando con un gaucho, escapando de unos mafiosos en el bosque, o simplemente mirándose en una cabina de teléfonos. En Stuart hay mucho más que Érica Rivas a los gritos y ese “humor aparato”. En Stuart hay una cineasta sensible con cosas para contar, esperemos que no se pase de charlatana y no diluya su fuerza en cancherismos y búsquedas forzadas de risas superfluas. Ojalá en sus próximos trabajos depure su cáscara y lleguemos más fácilmente a su alma.