El opus dos de Jazmín Stuart cuenta la historia de dos hermanos en la mitad de sus vidas. Dina (Érica Rivas), trabajadora en una lavandería, creyente, fumadora empedernida y al borde de los temibles cuarenta. Pascual (Juan Minujín), divorciado, vive de la pensión que le deja su ex mujer para que crie a sus hijos, lo cual no hace ya que deja esa tarea a una vecina casi sexagenaria, quien se encarga de la cuestión a cambio de sexo. Basta una llamada de emergencia para que los hermanos se enrolen en una aventura inesperada, en especial tratándose de semejante panorama abúlico.
Lo extraordinario resulta ser un viaje hacia el interior de la Provincia de Buenos Aires, para acudir donde el padre de ambos (el inoxidable Hugo Arana) está internado, luego de un accidente leve. Como sucede con las narraciones clásicas, esas que tienen las clavijas de las estructuras bien ajustadas, el viaje es la excusa para desenterrar asuntos no resueltos entre Dina y Pascual: ambos acarrean esos nombres por el capricho del padre, admirador de unos cantantes italianos sesentosos. Lo que parecía ser un peso inesperado se transforma en una posibilidad para reencausar la vida de estos dos personajes, a partir de la aparición de un bolso cargado de dinero que ocultó el padre en un bosque mientras se dirigía al encuentro de mamá (quién abandonó a la familia décadas atrás). De repente en sus monótonas vidas tienen una expedición 2x1.
La búsqueda del tesoro los lleva a un viaje de reparación, de rompecabezas familiar. Stuart, en contraposición al auto destartalado de Dina, hace avanzar su vehículo narrativo con paso firme, sin recurrir a los golpes bajos ni a los momentos de catarsis que causan vergüenza ajena. Pistas para Volver a Casa es una road movie y una comedia dramática a la vez, cargada con ecos temáticos del cine de Wes Anderson, todo contorneado por una música celta que nos transporta mentalmente a otras geografías. Es, en definitiva, un relato de héroes grises topados por peripecias extraordinarias, las únicas -al parecer- capaces de resolverles los conflictos personales, y hablamos de los más pesados. Una historia que se nutre de la sobriedad (en todos los aspectos del lenguaje cinematográfico) y de la brillantez actoral del cuarteto liderado por la gran Érica Rivas (ya es redundante hablar de su luminosidad, incluso cuando interpreta a un personaje corroído y ajeado), seguida de Juan Minujín, Hugo Arana y Beatriz Spelzini, quienes conforman así un elenco en el que prima el talento y la química antes que la brillantez de los nombres propios. La primera película en solitario de Jazmín Stuart como directora es digna de celebración porque se trata de un ejemplo luminoso que ilustra lo que se entiende por género, articulado con clasicismo y particularidades locales, a lo que habría que adosarle la variable sensibilidad, de la cual casi nunca se cumple su cuota en el cine nacional.