Antes de entrar a ver Pistas para volver a casa hay que saber que uno no se va a encontrar con un gran despliegue visual ni con el más astuto, sorpresivo y complicado de los guiones. Lo que hay que saber es que el espectador se chocará con una historia híper intimista que se apoya en un cien por ciento en el trabajo de sus protagonistas.
Érica Rivas y Juan Minujín le dan vida a dos hermanos que no poseen la mejor de las relaciones pero que se ven obligados a pasar mucho tiempo juntos debido a que internan a su padre en un pueblo y descubren que hay un secreto cuya respuesta la posee su madre a quien no ven hace años.
Vale hacer este reconto más allá de la sinopsis que se puede leer en la parte superior de la ficha de la película para situar a estos dos personajes y desmenuzarlos.
Con tintes de road movie, este estreno se propone a hacernos reflexionar sobre nuestras relaciones familiares pero lo logra de forma parcial dado a que no todos van a generar empatía con los protagonistas ni sus conflictos.
Lo mejor de la película sin lugar a dudas son las actuaciones por parte de Érica Rivas y Juan Minujín. Ambos muy creíbles y reales como dos hermanos conflictuados y conflictivos.
El problema es que no logran hacer emocionar lo suficiente pero no por culpa de ellos sino por el tono de la película: es un drama pero no lo dramática que pretende ser.
Ojo que cuando hablo de drama no me refiero a tragedia, que no se mal entienda.
Jazmín Stuart vuelve a sentarse en la silla de directora y lo hace muy bien, mejor que en su ópera prima (Desmadre, 2012) pero lo extraño es que no se nota una sensibilidad femenina en la narración. No es algo que esté mal pero llama la atención.
Lo que si hay que tener en cuenta es que tiene un ritmo lento para los que estén acostumbrados a un cine más industrial.
Pistas para volver a casa es una película con buenos cimientos e intenciones pero que se queda en el camino. Sin embargo sus dos protagonistas la enaltecen.