Muerto al llegar
El western coquetea con el drama existencialista amparado en los contradictorios actos de Isidoro Mendoza (Lautaro Delgado Tymruk), quien se disocia entre un Robin Hood de los pobres y un bandolero al mejor estilo western, siempre acompañado por su hermano Claudio (Sergio “Maravilla” Martínez), el Tano (Diego Cremonesi) y algún que otro secuaz que se involucra en su raid delictivo. La policía local siempre llega tarde, a pesar de los esfuerzos de la autoridad máxima (Juan Palomino), el descontento de sus superiores y la absoluta complicidad de todo el pueblo.
Es que Isidoro Mendoza una vez terminada la tarea de acopio de botín aparece por algún rancho, se esconde, deja parte del dinero por los servicios forzados y sigue su camino. Hasta que se cruza con un interés amoroso, una maestra de escuela llegada de Buenos Aires (María Abadi), tal vez bajo la intuición de que terminado el reinado de Onganía se vengan tiempos duros y en el interior, en la provincia de Mendoza, en ese paisaje desértico y rural, encuentre alguna chance de calma.
Pero tanto Onganía como el presente delictivo o el rol de justiciero para Isidoro Mendoza, elementos anecdóticos a los fines de la trama, son apenas algunos de los rasgos para diseñar al personaje atravesado por conflictos de carácter existencial, entre ellos el destino de muerte o la culpa por asesinar en función a su esencia, o al precio por sostener el libre albedrío que persigue como única decisión irrenunciable durante su largo camino.
No hay redención posible en Pistolero porque no hay amor real, producto de una vulnerabilidad que no es a prueba de balas como la soledad o el miedo a perderse. Por eso la película de Nicolás Galvano debe recorrerse como si se tratase de un círculo, tal vez con alguna reserva a un epílogo innecesario para remarcar un concepto o simbolismo que ya estaba presente al elegir el rumbo de la no acción a pesar de los robos, los tiros y la muerte.