Mucho juego, poca guerra: flojo debut de "Píxeles"
Píxeles tenía todo para ser una película genial pero queda en una historia insulsa, sin gracia y sin drama, reducida al mero juego
Una idea genial no siempre se transforma en una película genial. La mayoría de las veces, por exceso de confianza o por inercia, ocurre lo contrario. Píxeles parte de una premisa fantástica: los extraterrestres interpretan como una declaración de guerra los videogames mandados en una sonda espacial desde la Tierra a principios de la década de 1980.
Sin embargo, esa ocurrencia original es encadenada al enorme lastre de una historia insulsa, sin gracia y sin drama, y con una serie de personajes tan previsibles que parecen recortados de decenas de películas ya vistas y pegados en esta con la esperanza infantil de que cobren vida.
Pero tal vez lo más grave es que el concepto "sólo es un juego" pareciera haberse filtrado hasta la médula espinal del equipo de guionistas y del director (nada menos que Chris Columbus, realizador entre otras de Mi pobre angelito y las dos primeras de Harry Potter) y los hubiera paralizado para generar un mínimo de tensión y de suspenso.
El sentido lúdico que anula la violencia puede ser correcto en una manual de pedagogía, no en una ficción que propone como conflicto central una guerra, aun cuando los enemigos sean versiones malignas de las criaturas surgidas de los jueguitos de Arcade.
El tipo de historia que cuenta Píxeles (la reivindicación del nerd y su transfiguración de antihéroe en héroe) se está volviendo tan familiar en Hollywood que tal vez no sería una mala medida decretar su prohibición de los guiones durante un par de años.
En este caso, el protagonista de esa mutación es Adam Sandler, quien ya no puede sostener por sí solo el contenido cómico de un largometraje y debe ser auxiliado por dos figuras de la comedia norteamericana: una ascendiente (Josh Gad) y otra descendiente (Kevin James).
Pero como esa escolta tampoco alcanza, le agregaron al siempre eficaz Peter Dinklage, cuyo talento actoral es inversamente proporcional al tamaño de su cuerpo. A ellos se suma la simpática Michelle Monaghan en la triple tarea de madre, jefa militar y contrafigura romántica.
Debido precisamente al espíritu de "solo es un juego", el interés de los combates entre los humanos y las criaturas pixeladas sólo es visual. Y ya se sabe, una vez que asimilan la maravilla, los ojos piden otra cosa: acción, emoción, pasión.
Nada de eso ofrece Píxeles, apenas alguna que otra mueca de gracia, algunos guiños a la cultura televisiva y deportiva y muchas escenas sólo pensadas para el lucimiento personal de los actores. No deja de ser sintomático que el mejor chiste llegue después de los créditos finales, en una coda digna de aplausos.
Un problema adicional: al menos en la versión 2D en castellano, el doblaje es tan mejicano que uno llega a pensar que toda la película es un mal sueño del Chavo dentro de su tonel.