Hace tiempo que el cine descubrió los beneficios de la nostalgia: la evocación del pasado suele ofrecer una geografía segura sobre la que edificar algún relato con un mínimo de riesgos mientras se apela a la memoria emotiva del público. Píxeles es hija de esa tendencia, pero también resulta ser un vehículo ideal para que Adam Sandler haga lo suyo: el hombre-niño de buen corazón y valores prístinos que suele componer encuentra en la historia de Píxeles un entorno a su medida; la huída de un presente poco grato, solitario y con un trabajo miserable solo puede realizarse exitosamente por obra de una invasión extraterrestre que obliga al protagonista y a un selecto grupo de freaks a desempolvar sus habilidades para jugar videojuegos clásicos. La adultez le pesa a las criaturas sandlerianas, como lo deja ver enseguida el personaje de Kevin James, presidente de Estados Unidos al que le cuesta leer, sobrellevar su rutina cotidiana y cumplir con sus deberes maritales. El retorno de los juegos de los 80 como un peligro que amenaza con destruir el planeta y que solo puede ser vencido recurriendo a gamers con destrezas únicas (pero inútiles, que de nada les sirvieron en la vida cotidiana) es una excusa ridícula y un poco romántica para revitalizar el clima de revival constante que parece haberse instalado hace algún tiempo en Hollywood.
La película presenta dos zonas más o menos bien delimitadas. Una es la que comprende todo lo vinculado con el videojuego, y que reúne una gran cantidad de guiños, referencias y chistes más o menos accesibles, además de un trabajo con las imágenes que logra fusionar con eficacia a los enemigos pixelados con el mundo humano: que esa interacción resulte creíble y que sea vea auténtica es uno de los logros de la película. No hay que subestimar la potencia de algunas escenas, como esa en la que Sandler, munido de un cañón gigante, dispara rayos de luz a un Centipede gigante que desciende desde un cielo estrellado. La otra zona es quizás la menos original, pero también la más interesante: Sandler repite su papel de niño con buenas intenciones que habita caóticamente el universo de los adultos, y que le recuerda a sus congéneres mejor adaptados socialmente la inocencia de la infancia. Esto, que en otras de sus películas adquiere ribetes de solemnidad y hasta de moralina, en Píxeles circula a la par de la comedia y funciona como una moraleja tenue que se pulsa en sordina. Por otra parte, las escenas en las que aparece con Kevin James o con Josh Gad poseen una fluidez que es difícil ver seguido entre comediantes: todos manejan sus roles de taquito y no parecen estar actuando su amistad. Chris Columbus trata de explotar además un humor físico que aprovecha sobre todo la desproporción corporal de sus protagonistas: James y Gad son enormes, difíciles de contener en el plano, mientras que la pequeña humanidad de Peter Dinklage predispone inmediatamente a la risa. Dinklage reutiliza algo de su Tyrion de Juego de tronos: hace a un enano zarpado, tramposo y canchero que por momentos recuerda al Polvorita un poco degenerado de Hugo Sofovich. La línea romántica es bastante menos sólida, al igual que los momentos con los militares beligerantes. Sin embargo, Columbus sabe que el fuerte de su película no está ahí, y despacha todo eso rápidamente con algún que otro trazo grueso de compromiso para dedicarse de lleno a la relación entre los amigos y rivales que conforman los protagonistas. Hay espacio, a pesar de todo, para algunos esbozos de humor político: como casi todos los republicanos cuando hacen cine, la comedia de Sandler es demócrata: se burla de un jefe del ejército que insiste con bombardear algún país (el que sea), y también está esa sátira cándida que resume el hecho de que un bruto corto de ideas como el personaje de Kevin James sea presidente de Estados Unidos.
Esa nostalgia ligera, sin enseñanzas que aprender ni guiños para entendidos, sin mensajes que pregonen las bondades de un pasado mejor ni las desgracias de un presente supuestamente decadente, hace de la película un objeto amable y visualmente atractivo con personajes que consiguen producir algunos buenos momentos de comedia.