En la actualidad, ser gamer significa haber llegado al nivel 400 de Candy Crush y haber terminado el plantas contra zombis. Los juegos que venden hoy tienen miles de paquetes de expansión que hay que comprar y la mayoría tienen historias tan pobres, dignas del peor director del mundo. En los años 80, ser gamer significaba pasar con una sola moneda todos los niveles del Pac-man, Space Invaders, Mario o Donkey Kong, y Pixeles se encarga de recordarnos aquellos buenos años donde tener un local de maquinitas significaba ser el más rico y popular del barrio.
Brenner (Adam Sandler) es un técnico que instala aparatos electrónicos, del que esperaban que fuera un experto en tecnología, pues cuando era niño, casi gana el campeonato mundial de maquinitas. Ahora, su único logro es ser amigo del presidente y vivir de sus recuerdos. Pero cuando una raza alienígena invade la tierra en busca de un desafío de batalla, consistente en recrear los videojuegos ochenteros, él y sus amigos de la infancia deberán salvar al mundo con las habilidades que ya casi nadie posee.
Es un hecho que si no se tienen referencias de videojuegos ochenteros, la película se vuelve un completo tedio. Las historias que produce Sandler no se caracterizan por su iinteligencia, acción o buenas actuaciones, por lo que en realidad la mayor parte de la historia recae sobre los efectos especiales y los chistes nerds. Fura de eso, la película carece de ritmo, de inteligencia y de todo lo
que uno podría buscar en una buena cinta. Por ello, la recomendamos con reservas: si nunca jugaste Centipede, Galaga o Dojo Quest, tranquilamente la película pasará sin pena ni gloria