Conflicto de clase
Placer y Martirio (2015) es la incursión de José Celestino Campusano (Vil Romance, Vikingo, El Perro Molina) en la alta sociedad argentina. Por primera vez el realizador se distancia del conurbano bonaerense, espacio habitual en el que transcurren sus relatos, para ambientar su última película en Puerto Madero entre las clases más pudientes.
La pregunta surge rápidamente ¿Por qué un director reconocido por su genuino punto de vista sobre el conurbano, se arriesga a meterse en tierras desconocidas? Tal vez la respuesta esté en el modo en que Campusano plantea sus films: directos, claros ideológicamente, y frontales en cuanto al discurso utilizado. En esa noble actitud hay un riesgo: se puede ganar o perder, y Campusano arriesga constantemente.
En estos tiempos, en los que es más conveniente sugerir que decir, el director se despacha con toda la carne al asador, de la manera más cruda posible. Quizás si la película no fuera tan explícita en la forma de plantear escenas, temas y diálogos, no quedaría tan expuesta. ¿Pero como separar la forma del discurso? Es justamente la forma de presentar la película la que le da coherencia a la obra de Campusano.
El film cuenta la historia de Delfina, una mujer perteneciente a la clase acomodada de la sociedad, que en su afán por satisfacer deseos personales se relaciona con Kamil, un misterioso magnate que la manipula emocionalmente a su gusto hasta dañarla psicológicamente. En ese camino se distancia de su marido y su hija adolescente ocasionando daños colaterales.
Se puede pensar a Placer y Martirio en diálogo con Fantasmas de la ruta (2013). Ambas hablan de la prostitución bajo el dominio masculino en extremos opuestos de la sociedad. En la primera es por ambición personal, en la otra por sometimiento (trata de personas). Cualquiera de las dos películas presentan mujeres condenadas a ejercer la prostitución (por la fuerza en Fantasmas de la ruta, psicológicamente en Placer y Martirio) más allá de la diferencia de clase que las separa.
La diferencia, y ahí radica el problema de Placer y Martirio, es que Campusano esquematiza algunas situaciones de este universo “pudiente” (la escena del stripper o la sesión de skype, por ejemplo), cayendo en lugares comunes y quitando posibilidad de analizar la subordinación ejercida de una parte por sobre la otra. Delfina en ningún momento se presenta como víctima, no tiene pudor en su accionar, ni genera empatía con el espectador. Las escenas entonces se suceden sin la profundidad pretendida.
Placer y Martirio es por momentos una película fallida, pero vale destacar la intención de madurar estilística y temáticamente de Campusano como autor. De ampliar sus inquietudes e incluso universalizarlas, sin perder su coherencia ideológica.