La vacua razón de ser
En esta extraña incursión del director de Fango -2012- en el mundillo de la burguesía y la clase media alta porteña, bajo el sugestivo y provocativo título Placer y martirio, la artificiosidad de la vida encuentra su mayor y más cruel vehículo de expresión en la historia de Delfina, personaje visto a la distancia por el propio Campusano y hostigado por todo ese entorno vacío en el que se desenvuelve, compuesto por máscaras de todo tipo y nivel: la hipocresía de clase, la cirugía plástica, la infidelidad y, en definitiva, la vacua razón de ser.
Ese es el eje temático en el derrotero de la protagonista, carente de voluntad e infantil desde los planteos, quien se entrega a un juego de sumisión patético, a manos de un amante misterioso, hombre exitoso en las finanzas, quien la manipula a niveles insospechados.
El placer parece solamente un deseo retorcido de sadomasoquismo por parte de Delfina, y el martirio -vaya palabra elegida por Campusano- la vida de plástico que rebota y se desintegra entre las inyecciones de botox, las pastillas para alucinar y los desplantes de una mucama en un rol invertido entre la convencional dialéctica amo y esclavo.
Para quienes estén acostumbrados al estilo áspero y sin concesiones del director de Vikingo -2009-, con la exposición de los diálogos y un tono que no es actoral, esta propuesta de los bordes es sumamente atractiva.