Es llamativo que estando muy lejos en el tiempo de películas como Pizza, birra, faso, Mundo grúa o Silvia Prieto, el cine argentino sigue dando cuenta de nuevas lenguas, inexistentes para la mayor parte de la producción nacional. Los protagonistas de Plan B están impregnados del barrio y la calle pero hablan muy distinto de los personajes de las primeras películas de Caetano y Trapero. Marco Berger le imprime a su película una sonoridad distinta, única: los personajes se expresan con una claridad envidiable, casi no se comen las eses y hasta formulan ideas difíciles en oraciones complejas. Lo increíble es ver (escuchar) el tono de arrabal que tienen sus diálogos: los tiempos de las frases, las cadencias de las palabras y las oraciones suenan a barrio puro y duro, a esquina, pero sin caer en el lugar común de “hablar mal” para que lo dicho nos resulte conocido. Junto a la claridad en el habla, en Plan B todo parece conjugarse para dar con una lengua completamente nueva, que en términos de consistencia podría ubicarse a la par de las de cineastas como Gonzalo Castro y Matías Piñeyro, otros dos directores que también realizan un cine de la palabra (Plan B incluso parece hacerse eco de Lavallol, aquella película maldita vista en el Bafici 2008). Además, Plan B cautiva con buenos recursos: hay personajes sólidos y conflictos trabajados con pericia en un guión que avanza lento pero firme, haciendo de cada quiebre dramático una verdadera explosión narrativa. Pero detrás de todo está el idioma: si Plan B se comporta por momentos como una comedia, lo hace gracias a la mezcla de desfachatez y cuidado que los personajes depositan en cada diálogo. Y si Plan B funciona también como drama, es justamente porque las pocas frases que se escuchan en las escenas más tensas cargan con el peso de toda una película, y consiguen generar el suspenso y la densidad dramática necesarias pero siempre sin caer en grandilocuencias. En algún momento de su historia, el cine y sus pensadores condenaron al diálogo por considerarlo teatral y poco o nada cinematográfico; en la actualidad, varias de las películas más frescas e interesantes del cine argentino están hechas a base de palabras, de frases, de charlas. Castro, Piñeyro y ahora Berger parecen llevar a otro nivel un modelo de cine surgido hace más de una década por directores tan ricos y diversos como Trapero, Caetano y Rejtman. A más de diez años de la explosión del Nuevo Cine Argentino, todavía hay un cine local joven que pide, por sobre todas las cosas, ser escuchado.