Hasta el infinito y más allá
Escrita por el guionista de Shrek (2001), Joe Stillman, Planet 51 (2009) funciona en gran medida por la ironía y la autoconciencia para tomar los tópicos del cine clásico de ciencia ficción y construir una correcta sátira. Pero la corrección política final arruina lo que pudo haber sido: una película aún más redonda.
A millones de kilómetros de la Tierra existe un planeta habitado por pequeñas criaturas verdes que, como los aliens de Toy Story (1995), tienen ojos saltones (dos, no tres), antenitas por sobre las orejas y boca pequeña. En este lugar aterriza la nave espacial comandada por Chuck Baker (voz de Dwayne “The Rock” Johnson en el inglés original), un astronauta cuya soberbia y pedantería le impiden percatarse de su existencia y cree ser el primero en pisar esas tierras supuestamente inhóspitas. Lem (Justin Long), estudiante responsable y futuro empleado del planetario, será el encargado de protegerlo ante sus coterráneos que creen ver en ese tosco y superficial terrestre un claro indicio de una invasión.
Hay también una historia romántica apenas esbozada entre Lem y su vecina, una horda de personajes secundarios que, como en toda comedia que se precie de tal, funcionan de apoyo humorístico a lo largo del metraje. Pero el eje central es la revisión de los distintos exponentes, hoy legendarios que el género de la ciencia ficción cultivó desde mediados del siglo pasado. Desde La guerra de los mundos (War of the Worlds, 2005) hasta Alien: El Octavo Pasajero (Alien, 1986), pasando por 2001: Odisea en el espacio (2001: A Space Odyssey, 1968), la ópera prima del español Jorge Blanco, parte del equipo creativo que diseño el popular juego de PC Commandos, no sólo no oculta sus referencias sino que las toma y las subvierte para que el espectador no empatice con el astronauta sino con Lem y sus coterráneos.
Esa reversión del relato tradicional -aquí los extraterrestres no vienen a la tierra sino que nosotros vamos hacia ellos- permite un sátira que ridiculiza tanto a la construcción tradicional cinematográfica como al engreimiento militar norteamericano (cualquier similitud entre el área 9 donde encierran al astronauta con la ultra secreta área 51 en el desierto de Arizona no es pura coincidencia). Poco le importa a Chuck las repercusiones astro-físicas de la exploración de un terreno espacial desconocido. Para él sólo importa que su rostro sea tapa de las revistas y que su nombre se inmortalice en los anales de la farándula. Ese espíritu irónico se esfuma en un cuarto de hora final, donde todos se redencionan y la corrección política irrumpe en medio del la ironía, parezca más una imposición del estudio o de los productores que el deseo artístico del equipo creativo.
La decisión de poblar el planeta con una sociedad similar a la norteamericana de los años 50 se relaciona, quizás, con retratar la época de máximo apogeo de la exploración espacial, cuando Estados Unidos y la Unión Soviética aspiraban a trasladar su conflicto a la lejanía de estratósfera. Blanco opta por incluir ese desarrollismo bélico en el menú y burlarse paneando un viejo depósito donde descansan inertes el Sputnik II y los trastos de distintos satélites que orbitaron durante aquellos años.
Planet 51 apela al homenaje y a la sátira para construir una relato de humor e ironía que queda borroneado por un plumazo de corrección y lugar común. Mas vale irse quince minutos antes del cine. Lo que viene después definitivamente no vale la pena.