No siempre el registro de imágenes y la utilización de elementos de la vida real suponen un documental. Mucho menos uno bien hecho, pero en el caso de “Planetario” sucede algo curioso. Baltazar Tokman lo sabe y manifiesta claramente su intención desde un primer momento, entonces el experimento no es con las imágenes ni con el espectador (como lamentablemente sucede a veces), sino que se transforma en un documental sobre un experimento a partir de una idea: la dedicación a registrar (y documentar) la vida de los hijos desde que son bebés y cómo esto se convierte en uno de los pocos factores comunes en culturas muy disímiles. Son registros caseros montados al estilo de Nestor Frenkel en “Amateur” (2011), pero bajo una misma temática: los hijos.
Padres en Hungría, Rusia, Argentina, Egipto y otros países. "Soy un hombre común compartiendo mi vida personal con ustedes" dice el patriarca de la familia Kumar, y en esa simpleza puede sintetizarse la película. No hay dobles sentidos ni bajada de línea. Los chicos crecen y los padres los educan.
Lo complejo está en asimilar la idea e imaginar todo lo que hay alrededor para lo cual el espectador sólo debe observar las imágenes. En qué ambientes se desarrollan los cumpleaños, por ejemplo (uno de los mejores momentos de “Planetario”), allí, en esa intimidad familiar, se va construyendo cada mundo. El de cada familia.
Hay mucho lugar para la reflexión a medida que los padres van perdiendo las inhibiciones.
Una anécdota contada por uno de ellos pinta de cuerpo entero la propuesta cuando, reproduciendo el diálogo con su amigo, dice: "le pregunté para qué uno querría tener hijos, ¿cuál es el punto?, y él contestó: no sé, vos llegas a casa y ellos están contentos de verte". Esta línea entre el egocentrismo y la felicidad es uno de los interrogantes que surgen con esta idea del director. Por eso, y el resto de los que se generan, “Planetario” vale la pena.