Radiografía del deterioro del Estado:
Lila (Liliana Juárez) y Marcela ( Rosario Bléfari) son dos empleadas del departamento de limpieza de una dependencia de Obras públicas. De manera informal, montaron en un área abandonada del edificio un comedor para sus compañeros de trabajo que les permite ganar dinero extra. Con varios años realizando la misma labor y aplastadas por la rutina alienante, las dos amigas sueñan con trabajar juntas en un bufete-restaurante en mejores condiciones, como modo de recuperar su dignidad.
Con el cambio de gobierno asume una nueva directora que, en su discurso de presentación ante los empleados, promete supeditarse a las necesidades de los trabajadores y realizar mejoras que dignifiquen su trabajo. La cámara aprovecha la recorrida que la nueva directora realiza con los empleados por el edificio para mostrar la desidia y el abandono de los espacios públicos. Las oficinas se inundan, las herramientas de trabajo se deterioran sin reposición, los archivos se estancan juntando polvo; hay palomas anidando, gatos que pululan por allí y materiales en desuso desparramados. Este cambio de dirección busca un enfoque transparente del Estado, por lo cual se revisan y hasta se suspenden contratos. El comedor de las dos mujeres no sobrevive a dicho enfoque y es clausurado.
La hija de Marcela también trabaja como contratada en limpieza. Preocupada por su futuro, Marcela le pide a Lila (veterana que conoce todos los recovecos) que la ayude y hasta mueva clandestinamente su expediente para evitar un despido. Con todo, el despido inevitable de la hija de Marcela produce un quiebre entre las dos amigas.
Lila, en tanto, trata de ser condescendiente y hacer méritos con la nueva directora. Aprovechando la oportunidad de la confianza que cree haber ganado con ella, reabre un espacio deshabitado del edificio e instala un nuevo bufete-restaurante. Las culpas, los pases de factura y la competencia entre las ex amigas se ponen al día en una lucha feroz que cada vez se hace más encarnizada.
En este drama social, trabajado con austeros pero efectivos recursos formales y matizado en su dureza por el tono de comedia, se destaca la labor interpretativa de las protagonistas, que sostienen sus personajes con gran naturalidad. En Planta permanente Ezequiel Radusky se apoya en un guión sólidamente construido que, a pesar de las reconocibles referencias políticas que cuestiona, logra transmitir una acertada radiografía de la degradación del concepto de Estado. Bajo el slogan de la transparencia e infiltrado por la lógica capitalista, el Estado ya no cuida ni valora a sus empleados, deteriora los lazos humanos al calor de la precarización laboral y se reduce a ser un espacio donde los amigos del poder político pueden realizar libremente sus negocios.