Nadie salva.
Gloria y Camila son las protagonistas de esta fuerte historia, en la cual sus dispares y contrastantes vidas en apariencia las distancian, aunque ambas guardan secretos, esos que alguien debe contar. La encargada aquí es Lucía Murat, quien nos cuenta qué ocurre cuando se revela la verdad.
Gloria (Grace Passô) es una sobreviviente que, marcada por un padre abusador, un hermano traficante y una madre abandónica, recurre a Camila (Joana de Verona), una psicoanalista portuguesa, quien se encuentra en Brasil realizando una investigación de posgrado sobre la violencia en ese país en la Universidad Estatal de Río de Janeiro (UERJ), donde Gloria trabaja como ascensorista. Se establece un vínculo entre estas dos mujeres que supera los límites éticos y espaciales de la clínica, como así también la subjetividad de una ciudad paranoica como Río de Janeiro, que toma su forma más aterradora a través de Gloria y Camila. La Plaza París fue parte de un plan urbanístico que pretendía convertir a Río en otra ciudad, una ciudad a la europea, pero la arquitectura está llena de silencios, los mismos que subyacen detrás de una violencia latente y contenida.
Gloria normaliza el miedo –ese miedo que mantiene dividido a Brasil-, que la directora logra plasmar en Camila, quien sólo desea huir, provocándolo también en el espectador. De manera muy astuta y con destacadas actuaciones, en las que se distinguen profundas miradas, se transmite paranoia, miedo, impotencia, aceptación de una cruda e injusta realidad y humanización de nuestro lado brutal e irracional, en el que ambos personajes confluyen. Sólo la fe incuestionable en un Dios que promete la “salvación eterna”, mantiene unida a una comunidad sometida en la cruda y peligrosa realidad de la favela.
Murat nos relata a través de un interesante guión cómo la violencia se nutre de la deshumanización de cuerpos descartables, de vidas que no son posibles, de la banalización de sus muertes en los medios, de historias que a nadie le importan o que nadie quiere escuchar ya que pertenecen a una incómoda y perturbadora parte de la realidad. Aunque a través de la imagen del mar, la directora nos sugiere una elíptica visión de la continuidad, en la esperanza de la vida que resurge y continúa.