Floja crónica de la caída de una espía real
Antes que nada, no se explica por qué a una película que se llama en inglés «Fair Game» (es decir, algo así como «Juego limpio») acá le ponen el mismo título en castellano que un superclásico de Sidney Lumet («Network»), para colmo, a pocas semanas de la muerte del gran director. Pero, en fin, ése es un problema ajeno a este drama conspirativo, ya que sus productores no tienen la culpa de cómo lo titulan en nuestro país.
Se llame como se llame, «Fair Game» tiene graves problemas propios. La película se basa en dos libros autobiográficos; uno escrito por Joe Wilson, el personaje de Sean Penn, otro por Valerie Plame, el personaje de Naomi Watts, ambos marido y mujer involucrados con el gobierno de George W. Bush, justo antes de la invasión a Irak buscando armas de destrucción masiva que no existían. El tema está mejor tratado en el film bélico cargado de suspenso «La ciudad de las tormentas», con Matt Damon (que lamentablemente entre nosotros sólo se conoció en DVD), donde se narra la decepción de un oficial en busca de dichas armas de destrucción masiva de Hussein en plena ocupación de Bagdad.
En el caso de este film de Doug Liman, la decepción la sufren una agente de la CIA y su marido, ex diplomático que acepta hacerle un favor ad honorem a la administración Bush, viajando a un país africano que supuestamente le vendió uranio enriquecido a Saddam, cosa que sus pesquisas desmienten por completo, lo que no impide que los halcones de Washington den vuelta su informe para justificar una guerra. Nuestro héroe, indignado por la mentira, llama al «New York Times» y cuenta sus verdades, provocando que el Gobierno, en venganza, descubra la identidad de su esposa espía, lo que deja a su merced a sus múltiples contactos secretos en Irak y otros países de Medio oriente, llevando a la muerte a todos los que confiaron en ella.
Si bien no es el tema más atractivo del mundo, lo más rescatable de esta floja crónica de lo que el espectador ya sabía de antemano es la descripción de las miserias de la vida cotidiana del espía, que genera, por ejemplo, como en este caso, que el marido nunca sepa dónde demonios anda su esposa, o si va a volver a su casa en una sola pieza, aunque le haya dicho que iba a una reunión muy aburrida en Cleveland, cuando perfectamente puede estar de incógnito en cualquier lado donde está a punto de explotar todo.
Pero esto no basta para mantener la atención del espectador durante casi dos horas, que dado lo moroso de la narración, parecen bastante más. Sean Penn ayuda con su alto nivel actoral, mientras Naomi Watts prácticamente no cambia de expresión a lo largo de todo el film. Y, al final, ninguno de los dos sabe qué cara poner cuando el guión los obliga a sugerir un final feliz por salvar su matrimonio olvidando la estela de muertos inocentes que su ingenuidad dejó atras.
La moraleja que deja «Fair Game» es que si uno se va a casar con una agente de la CIA, al menos conviene recordar que la agencia no incluye la mejor gente del mundo, sobre todo en tiempos de un presidente como Bush. Al film sólo le faltaría insinuar que ahora que gobierna un Premio Nobel de la Paz como Obama, ya no hay que preocuparse porque está todo bien.