Preguntas sobre lo agridulce
En 2003 los EEUU entraron en guerra con el fin de derrocar a Saddam Hussein como mandatario de Iraq. Tras ocho años los norteamericanos no se han ido de allí, así como tampoco de Afganistán. En nuestros días, al igual que ayer, otros países están en la misma campaña, como es el caso de su mejor socio, el Reino Unido. El nuevo objetivo es Libia, donde también se trata de echar a un tirano y darle la libertad a su pueblo...
Pero, ¿hay otras causas por las cuales están allí tanto los estadounidenses como sus aliados? ¿Podría pensarse, como bien lo retrató Bertold Brecht en su "Madre Coraje", que hay un valor añadido a la guerra que son los negocios que derivan de ella? El de la reconstrucción sería el más obvio de todos?
Aunque, ¿habrá otro más fuerte, más vital, más necesario, más de supervivencia, como sería asegurarse de algún bien imprescindible para la vida, por lo menos tal y como se la concibe hoy?
El petróleo (o algún derivado) parecería ser la respuesta y el elemento común que tienen los territorios como Iraq, Afganistán o Libia (este último con las mayores reservas de África).
¿Por qué en Poder que mata nunca se menciona, ni siquiera lateralmente, así sea para refutarla, que la causa de la invasión a la tierra de los orígenes de la civilización humana pudo haber sido económica, con el oro negro en primer plano, y no un “exceso de celo” sobre la posibilidad (bajísima, tal como lo propone la película que nos ocupa) de que el ex régimen autárquico de Bagdad tuviese armas de destrucción masiva?
¿Por qué la Casa Blanca se enoja tanto con el personaje que encarna Sean Penn (tan convincente y sólido como es habitual) cuando denuncia en TV que tales armamentos no existen?
Y aquí aparece el sabor agridulce que es posible que le quede a algunos espectadores del filme, ya que si bien el aspecto humano de la injusticia que sufre la pareja protagonista (muy bien tratado desde el guión y la realización) tiene el telón de fondo político del poder y su abuso en la era Bush, parecería que algo le faltase a la trama, que un dato no dicho estuviese latente, y como seguramente haría un chico, esos espectadores podrían preguntarse por qué los aliados fueron a Iraq, además de a derrocar a un gobernante despótico.
Esa ausencia no le quita brillo al ritmo del film, ni a los aciertos de guión y puesta en escena, como ni tampoco a la también buena actuación de Naomi Watts, que interpreta con verosimilitud a la real agente de la CIA, que aparece al culminar la película, cuyo caso verídico es el que se cuenta. Y se lo cuenta bien, tan bien y con datos tan interesantes que un espectador distraído puede no darse cuenta que algo falta; ... pero ese silencio provoca mucho ruido.