El Gobierno contra Mí
Cuesta creer que Doug Liman haya empezado su carrera cinematográfica como director de comedias seudo adolescentes. De hecho, cuando fue elegido para comenzar con la saga del Agente Jason Bourne en Identidad Desconocida, la decisión fue extraña, pero acertada. Si bien no está a la altura de las emocionantes secuelas dirigidas por Paul Greengrass, es un film entretenido, llevadero, que impuso un estilo, y a la vez, propuso a un digno competidor para el inmortal James Bond.
El espionaje entusiasmó a Liman por un tiempo, lo cuál lo llevo a realizar Sr. y Sra. Smith, que fue un poquito más que ver al combo “bradangelina” en acción. Y así, saltemos Jumper, y lleguemos a Poder que Mata, la cuál parece Sr. y Sra. Smith dirigida por Greengrass.
Al igual que la película con Pitt y Jolie, acá tenemos al matrimonio ideal: ella hermosa trabajadora de una compañía de seguros (Watts), él, un diplomático retirado que se divierte contradiciendo políticamente a parejas amigas (Penn, que otro). Pero bien, al igual que los Smith, los Wilson son espías… verdaderos espías. El problema surge cuando el gobierno asevera encontrar algo que la CIA dice nunca haber hallado. Estamos en el año 2002, plena invasión a Irak. Todavía no se sabía que las tropas no iban a buscar armas sino campos petroleros. Y ahí está el héroe, Joe Wilson develando la verdad a costa de dejar a su esposa sin trabajo.
Cuesta creer que la CIA fuera tan ingenua y tan honesta a la vez para caer tan fácil en la trampa de Dick Cheney, que es a quien va dirigida de forma directa, aunque sutil la historia de Poder que Mata. George W es solo un títere de un gobierno que mintió al mundo y salió impune de terribles masacres.
Honestamente, cuesta ver a Valerie y Joe Wilson como héroes que trataron de mostrar la verdad, y no darles una mínima responsabilidad de algunos de los horribles actos que muestra el film que se cometieron, por ejemplo, contra científicos iraquíes que se estaban tratando de escapar hacia los Estados Unidos. Pero Liman, así como no los juzga tampoco los glorifica tanto como ellos mismos, quizás hubiesen querido. Sutilmente, uno puede ver el grado de manipulación de la empresa de espionaje más poderosa del mundo. Queda entrelíneas que las amenazas son reales, que el juego psicológico es real. Y lo que Valerie empieza haciendo contra un simple inmigrante de medio oriente en Washington se vuelve en su contra.
Liman logra darle intensidad y dinamismo al film, sin distraerse demasiado en cuestiones estéticas. No hablamos de un cineasta personal como Greengrass, pero tampoco de uno que quiere imponer un estilo a la fuerza como los hermanos Scott. De forma clásica, casi transparente se teje un thriller sólido, bien armado que recuerda un poco a las mejores historias de Tom Clancy llevadas a la pantalla, por el soberbio pulso de Philliph Noyce: Peligro Inminente y Juego de Patriotas, ambas con Jack Ryan.
Tampoco se descuidan algunas denuncias secundarias, que hoy en día, oportunismo mediante, tienen cada vez más valor, como por ejemplo, el rol de los medios de comunicación, de los blogs, la rapidez con la que se transmite la información y llega a todas partes del mundo.
Si bien la primera parte del film (hasta que Valerie y John son “expulsados” del sistema) es la más atrapante, la segunda, un poco más lenta, es más interesante a nivel dramático, cuando Liman humaniza a los personajes, los enfrenta, no como espía o diplomático, sino como un matrimonio, donde la comunicación no llega tan rápido como un email o un artículo llegan a un diario o un blog.
La química de Penn y Watts (que ya había demostrado funcionar a la perfección en 21 Gramos) es lo que realmente llevan adelante al film. Watts, como siempre hace verosímil cualquier cosa, cada gesto es maravilloso en ella, cada expresión o cambio de mueca facial dicen más que diez palabras de cualquier actriz contemporánea. Sean Penn está un poco más calmado de lo acostumbrado y tiene menos tics autónomos que en otros films, lo que no quita, que por momentos, el que este tirándose en contra del gobierno sea el actor y no el personaje. Están acompañados por un sólido elenco de secundarios donde sobresalen Bruce McGill y Sam Shepard en un rol copiado de 40 hechos previamente.
Hay varias analogías interesantes en el guión, y frases que si bien son un poco obvias y explicativas, generan reflexión.
Más allá de cierto moralismo y patriotismo típico estadounidense, Poder que Mata logra un atrapante equilibrio entre thriller de denuncia y drama conyugal, sin demasiadas ambiciones visuales (aunque el doble rol de Liman como director y director de fotografía es destacable). La meta es entretener y dar a pensar un poco. Por eso, cinematográficamente cumple.
Ahora bien, juzgar a los personajes, designar el grado de culpabilidad que tuvieron en este asunto, queda a cuenta del espectador y la forma en que interprete la historia. Si logramos creer que Doug Liman pudo dejar la comedia y meterse de lleno en el drama político, ¿por qué no vamos a creerles a los Sr. y Sra. Wilson?