Apenas otro primo lejano de Carrie
Si bien en el cine está todo inventado todavía queda un margen para sorprender con recursos lícitos a una audiencia cada vez menos propensa a dejarse arrastrar por el impacto fácil. Y muy especialmente cuando se trata de una producción proveniente de esa fábrica de chiches inútiles llamada Hollywood.
A Poder sin límites no le sobran las ideas para plasmar en la pantalla grande dos conceptos hasta ahora nunca fusionados: el mockumentary (o falso documental al estilo de El Proyecto Blair Witch o la más fresca Cloverfield- Monstruo) y el relato de superhéroes. Comercialmente el filme creado por Max Landis (el hijo del subvalorado John) y Josh Trank (quien debuta como director con este trabajo) tuvo una primera semana soñada liderando la taquilla de los EE.UU. y hasta la fecha cuadriplicó su presupuesto estimado (51 millones de dólares contra una inversión de sólo 12: negocio redondo). Sin embargo lo más inexplicable fue la excelente recepción que le brindó la crítica especializada: uno de los tantos misterios que se pueden hallar en esta industria tan difícil de pronosticar.
Seamos sinceros: la película en base a sus efectos, sus toques de humor y un ritmo parejo puede llegar a entretener a un público sin pretensiones pero la elementalidad del guión -con personajes torpemente construidos desde lo psicológico- es indefendible de comienzo a fin. El mix es novedoso, debe reconocerse, y sin embargo sólo se pueden rescatar algunos hallazgos de ingenio que se dejan ver cada tanto (como la justificación para la cámara flotante, la escena del número de “magia” y dos o tres travesuras más o menos bien humoradas). Durante el resto del metraje reina la mediocridad más tajante.
La historia, para ser exactos, no es la de unos superhéroes sino la de tres muchachos adolescentes compañeros del colegio que en una secuencia harto caprichosa absorben una energía tremenda de algo (no se ve bien) que podría ser de origen extraterrestre. En realidad no importa porque el guión se desentiende de inmediato de este aspecto para concentrarse en lo que le interesa enfatizar: cómo reacciona cada personaje con estos superpoderes que ellos no pidieron. Y es aquí donde el filme empieza a desbarrancar: Landis y Trank arman un triángulo con dos típicos chicos de la prepa como el afroamericano Steve (Michael B. Jordan), un avezado deportista que empieza a incursionar en la política estudiantil, y Matt (Alex Russell), un imbécil que cree que citando a pensadores célebres logrará borrar un pasado de adolescente chato e intrascendente; finalmente, y como el anómalo del trío, está el primo de Matt: el conflictuado (y conflictivo) Andrew (Dane DeHaan). Como si no fuera suficiente con un padre abusivo al muchacho le endilgaron el cuidado de una madre moribunda de cáncer. Más que de Matt el antisocial Andrew parece un primo lejano de la pobre Carrie (del film homónimo dirigido por Brian De Palma en 1976). El tipo es una olla a presión y se cae de maduro que los poderes sólo van a servir para potenciar toda esa oscuridad que subyace en su interior y que se adivina con suma facilidad desde el mismo prólogo de la historia. Si hay que hablar en términos de “buenos” y “malos” ya se sabe quién es quién con esta breve reseña…
El “found footage” está aquí bastante más tirado de los pelos que en otros productos recientes (hoy también se estrena Con el diablo adentro) pero de todos modos la situación desencadenante ya era un delirio total. Lo que vende la dupla Landis / Trank es difícil de comprar con personajes y acciones tan previsibles que a los cinco minutos uno ya se imagina para dónde rumbea el clímax (espectacular si no se le exige demasiado al equipo de efectos). Algún detalle en la relación entre los primos parece inspirada en De hombres y ratones (mea culpa si no es así), genial novela de John Steinbeck, pero básicamente estamos ante un cóctel que aúna los elementos ya mencionados sin un rasgo estilístico que los cohesione o una estructura que intente superar esas limitaciones a través de una forma narrativa más creativa.