Última Degeneración
En 1999 dos jóvenes directores se internaron en un bosque con tres actores y una cámara de video y realizaron una seudo obra de suspenso y terror, acerca de una bruja que perseguía a tres cineastas. Como experimento era ingenioso, como obra cinematográfica fue un desastre, pero lo cierto es Blair Witch demostró que se podía hacer cine con muy poco recursos, dando enormes dividendos, mientras se aprovechaban del bolsillo de adolescentes fácilmente impresionables.
El fenómeno casero resurgió hace unos años con Cloverfield: Monstruo, producida por J. J. Abrams y dirigida por Matt Reeves. Aun siendo bastante banal, la película estaba bastante bien dirigida, el recurso fuera de campo era funcional, y la premisa original. Cuando vimos la adaptación estadounidense de Dejame Entrar, pudimos constatar, que Reeves tiene talento para filmar realmente, y quizás, lo peor de Cloverfield, provino irónicamente de Abrams.
Son dos ejemplos aislados y extremos de lo mejor, y lo peor del género mezcla fantasía con realidad. En los últimos tres años, este fenómeno resurgió gracias a la serie Actividad Paranormal, que nuevamente desprestigia el género cinematográfico, asustando realmente con muy poco ingenio y puro golpe de efecto.
Esta semana coinciden dos estrenos grabados en forma testimonial: Con el Diablo Adentro y Poder sin Límites. Pero mientras que la primera, relacionada con exorcismos es completamente banal, la segunda tiene criterio cinematográfico y del punto de vista, una intensa evolución del personaje protagónico e ingenio técnico para no agotar el recurso.
Andrew es un joven introvertido. Se acaba de comprar una cámara para que lo acompañe a todos lados, y grabar lo que sucede a su alrededor. Su vida privada no es muy agradable que digamos: su madre se está muriendo de cáncer y su padre es alcohólico y golpeador. Por lo tanto la cámara es lo único que le da motivos a Andrew para seguir adelante y no sacar afuera sus rencores.
En el primer día de su tercer año universitario es objeto de todas las burlas. Solo recibe el apoyo de Matt, su primo y único amigo.
Un día, después de salir de una fiesta, ambos, junto con Steven, el aspirante a presidente del Comité de Alumnos (¿emulador de Obama?) descubren “algo” que está metido dentro de un pozo y les otorga poderes sobrenaturales: desde telepatía, músculos que soportan los golpes hasta la posibilidad de volar. Pero no son inmortales.
Sin embargo, como dice el maestro Yoda, el miedo y el rencor llevan al lado oscuro de la Fuerza.
A pesar de caer en bastantes clisés y lugares comunes del universo de los superhéroes adolescentes, esta obra que remite a X Men o El Protegido, porque asimila que es lo que puede suceder a una persona que descubre que tiene superpoderes, pero no sabe que hacer con ellos, tiene bastantes ingredientes interesantes.
En primer lugar, su joven director Josh Tank (casi sin antecedentes) y Max Landis (guionista, hijo menor de John) deciden restarle importancia a aquello que les dio superpoderes, evitando cualquier tipo de explicación racional. La narración se centra en el conflicto interno de Andrew. Mientras que Steve y Matt usan sus poderes para boludear, y no quieren hacerse notar, Andrew lo ve con propósitos más funcionales a su entorno, y como parte de la próxima etapa de la selección natural darwiniana. ¿Les suena conocido alguien tan rencoroso con la sociedad? Sí, Andrew parece un joven Eric Lensherr (Magneto). Los tres aprenden a controlar sus poderes, pero cuando el odio y enojo atraviesa los límites de la personalidad, el poder corrompe la moral y casa lo mejor y peor de cada personaje.
Nada de esto es original, pero llevado a este relato, con esta estética se vuelve bastante en interesante. Además, así como Andrew relaciona lo que vive con las teorías naturalistas, Matt lo hace con la física, matemática y filosofía citando a Schopenhauer o Platón. De esta manera se efectúa no solamente un conflicto entre personalidades, sino también entre teorías filosóficas. Nada banal para una obra adolescente. Tampoco falta la tensión ante el primer encuentro sexual, y todo lo que compone la liberación del libido en el adolescente, el rechazo, prejuicios, la competencia, lo popular y antipopular en el mundo del colegio secundario. Esto promueve mayor rencor.
Hay algo con respecto al punto de vista de la cámara de Andrew que me molestó y es la incorporación de un personaje femenino. Esta chica tiene otra cámara, y de repente hay un cambio en el código y punto de vista. Arbitrariamente pasamos a ver desde la cámara de ella. ¿Por qué este cambio? Para ir acostumbrándonos, porque en el final, todo se vuelve caos, y ya el punto de vista pertenece a todo tipo de artefactos modernos capaces de capturar visualmente lo que sucede en el mundo: celulares, cámaras de fotos, cajeros automáticos. Somos demasiado vigilantes y paranoicos. El film decide filtrar una pequeña crítica al respecto.
La oscuridad psicológica del personaje de Andrew es bastante interesante, así como el arco que compone el mismo. Dane DeHaan tiene carisma y profundidad expresiva para llevar a buen puerto el personaje, que debe enfrentar a un gran actor secundario como Michael Kelly. Recordemos que las relaciones padre-hijos son fundamentales en el mundo de los superhéroes.
La película crece en mi cabeza. Recuerdo que cada vez que sentía que el film se empezaba a agotar en la narración y el recurso visual, surgía algo que me llamaba la atención. Todo esto se incrementa en el final, gracias a una lucha digital bien realizada.
Pero también recuerdo esos momentos dramáticos que carecen de verosimilitud y ya fueron vistos innumerables veces.
A pesar de esto, Poder Sin Límites es más que un producto adolescente basado en el síndrome “Yo, Cámara”. No, hay algo más. Originalidad, respeto y fidelidad por los verdaderos valores del cine cómic.
Las nuevas generaciones han encontrado herramientas para defenderse.