Grandes poderes sin grandes responsabilidades
Hollywood sigue exprimiendo tanto el género de superhéroes como el del “cámara en mano”, ese donde se ve lo captado por las cámaras de los mismos protagonistas. En Poder sin límites lo que más funciona es la trama y el desarrollo de los personajes antes que la puesta en escena. Con resultados limitados, estamos ante una película con varios aspectos atractivos.
El film de Josh Trank (quien hasta ahora sólo había dirigido capítulos de la serie The kill point, y que ahora es serio candidato para tomar a su cargo la realización de la nueva versión de Los cuatro fantásticos) presenta a tres jóvenes bien prototípicos de la escuela secundaria estadounidense (o al menos, la que vemos en el cine): Andrew Detmer, el típico freak tímido y blanco de las burlas de todo el colegio; Matt Garetty, primo del anteriormente mencionado, un pibe lo suficientemente inteligente para no meterse en problemas; y Steve Montgomery, el joven atlético y amigable a la vez, tan carismático que hasta se ha presentado para las elecciones estudiantiles, ese concurso de popularidad que en muchos casos significa un ensayo para una futura carrera política. Los tres adquieren, fruto de la casualidad, extraños superpoderes que, a medida que se van incrementando, les permiten mover objetos de todo tipo y hasta volar. Primero entra en juego la fascinación, la oportunidad para realizar travesuras (como asustar a una nenita suspendiendo en el aire un peluche enfrente suyo), de hacer cosas que nunca antes pensaron. Pero luego las cosas empiezan a salir mal.
Es aquí donde Poder sin límites elige, con acierto, concentrarse en el personaje de Andrew, con su ansia de registrar todo con su cámara amateur, en la que se palpa una pulsión por observar los rituales ajenos, las personas que no le prestan atención, incluso el mirarse a sí mismo como alguien desconocido, porque en verdad ni él mismo termina de comprenderse. Andrew es, a la vez, alguien cuyas desgracias escolares forman un continuo con sus infortunios familiares, con una madre con una enfermedad terminal y un padre desocupado que vive del seguro social y que el único gesto que tiene para su hijo es el maltrato sistemático a nivel psicológico y físico.
De a poco, el relato se irá convirtiendo en una variante masculina de Carrie (con incluso algunos elementos referenciales a episodios de violencia escolar real, como el caso Columbine), con un Andrew aprovechando sus habilidades, cada vez más fuertes, para vengarse de sus compañeros y su padre, y de paso, de la sociedad entera que lo maltrató. Cuando recorre ese hilo narrativo, de paulatina identificación con el oprimido que termina explotando para erigirse en opresor y destructor, Poder sin límites es un film que afirma con solidez que detrás de todo villano siempre hay una causa inicial, un apaleado que súbitamente encuentra la ocasión revertir las cosas a su modo.
El problema es que el formato elegido por la cinta funciona sólo durante una parte de la narración o en determinadas secuencias. La cuestión de que los personajes se filmen permanentemente requiere de una suspensión de incredulidad que el realizador no consigue sostener totalmente. Especialmente hacia la segunda mitad, cuando la acción (y con ella los efectos especiales) se expanden muchísimo más, va quedando la sensación de que la historia podía haber sido contada perfectamente de una forma más tradicional. Aún así, dentro de su pequeñez, Poder sin límites consigue instalar un verosímil donde no son necesarias demasiadas explicaciones para interesarse por lo que les pasa a tres muchachos que de repente adquieren las capacidades de Superman, pero no poseen la entereza ética y moral de Kal-El.