Lee Chang-dong es uno de los grandes narradores del cine contemporáneo, una personalidad central de la cultura coreana de los últimos veinte años y un extraordinario representante del grupo de cineastas comprometidos e innovadores que surgió con el fin del régimen militar. La mayor muestra del rigor de sus convicciones la dio en el año 2003, cuando dejó en suspenso una prometedora carrera como director para aceptar el cargo de ministro de cultura, en el momento en que la emergente industria cinematográfica local debía hacer frente a la presión de los grupos mediáticos estadounidenses. Finalizada su gestión (por la cual obtuvo la medalla de honor de la legión francesa por su contribución a la diversidad cultural, entre otros reconocimientos), en 2007 volvió a la dirección con la maravillosa Secret Sunshine y el año pasado presentó en Mar del Plata Poesía para el alma, la mejor película del festival, que ahora se estrena en la cartelera porteña.
Una constante en el cine de Lee Chang-dong, que en Poesía para el alma encuentra su ejemplo más claro, consiste en enfrentar personajes simples con situaciones extraordinarias. En un momento dado se produce un hecho decisivo y los protagonistas quedan extraviados en un espacio de tensiones e indecisión. Arrastrados por el fluir de los acontecimientos e incapaces de modificar su situación, construyen un refugio (en este caso la poesía del título) para aislarse temporalmente del mundo. La protagonista de su nueva película es una mujer llamada Mija que, con más de sesenta años a cuestas, debe lidiar con un incipiente Alzheimer mientras intenta criar a su nieto sabiendo que tal vez esté involucrado en un hecho delictivo desgraciado. La película describe un universo donde la sonrisa y la cortesía disimulan los crímenes más despreciables, donde el horror vive oculto y negado bajo las apariencias más serenas. La violencia de las relaciones humanas, motivo central del cine coreano, está omnipresente pero no se expresa abiertamente en la pantalla, no hay ningún grito capaz de quebrar el silencio aterrador.
Lee Chang-dong vuelve a demostrar su maestría para la dirección de actores, la atención que le presta hasta en sus más pequeños gestos convierte a la protagonista en un personaje inolvidable. La gracia de una puesta en escena depurada, con una precisión y una delicadeza notables, permite que la película toque lo indecible para llegar al corazón de los seres y las cosas. Lo poético no surge de las palabras sino del sutil encadenamiento de los planos. Poesía para el alma es un drama sin exageración ni complacencia, discreto y conmovedor al mismo tiempo, que emociona de manera genuina cuando, sobre el final, resuena la voz que se intentó silenciar.