Es más que probable que el nombre de Lee Chang-dong no le diga demasiado: así de lamentable está la distribución cinematográfica mundial, dominada por Hollywood y sin freno. Porque si no fuera por ese tipo de presión, los melodramas de este virtuoso cineasta coreano llegarían a todo el mundo, lo inundarían de felices lágrimas. “Poesía para el alma” es la historia de una anciana que, golpeada por la vida de un modo cruel, decide inscribirse en un taller de poesía. Con este esquema, cualquier cineasta “comercial” (alguien no involucrado ni con lo que narra ni con sus criaturas, alguien que cree que llorar vende) haría un desastre. Chang-dong no: con una enorme delicadeza, con pudor, con precisión narrativa, va conduciendo la historia de esta mujer hasta dejar desnudo el verdadero núcleo de la historia: lo inasible del arte, la imposibilidad de domesticar la inspiración y, al mismo y paradójico tiempo, la necesidad de ejercitarse en las herramientas. Que es lo mismo que decir que el arte es una forma de descubrir o redescubrir el mundo. El realizador es, sin la menor duda, uno de los grandes directores de melodramas clásicos que le quedan al cine (el lector curioso podría buscar la perfecta “Secret sunshine”, su anterior film, en la web), de los que trabajan con precisión y distancia justa los males del mundo, para exponerlos a nuestra mirada sin forzar los elementos para producir un efecto emotivo con el desafortunado golpe bajo el cinto. No es reducir al espectador a la lágrima fácil lo que le interesa a un artista, sino compartir con él una visión del mundo. Como la anciana con sus poemas sobre lo cotidiano, ni más ni menos.